"Nuestra política opera a través de la polarización" (Foto: REUTERS/Angela Ponce).
"Nuestra política opera a través de la polarización" (Foto: REUTERS/Angela Ponce).
/ ANGELA PONCE
Alfonso de la Torre

El Perú del bicentenario es un país en crisis perpetua. En menos de 20 días, el cambio de gobierno ha creado una sensación de déjà vu. Como si no bastara con una pandemia desoladora, los peruanos ya contemplamos el cierre del , como en el 2019, o acaso la vacancia presidencial, como en el 2020.

¿Cómo es que llegamos hasta aquí? ¿Por qué la sensación de crisis se ha vuelto permanente?

Es tentador detenerse exclusivamente en las causas próximas: el nombramiento de un Gabinete de ‘choque’ al mando de , el intento fallido de revertir el resultado de la última elección y, naturalmente, la propia elección de . Incluso podemos continuar con la cadena causal (haciendo un poco de memoria masoquista) hasta remontarnos a la elección de un PPK dubitativo y un Congreso fujimorista con el cuchillo entre los dientes.

Sin embargo, aunque todo libreto necesita de actores que lo interpreten, no podemos reducir nuestros problemas a acciones individuales solamente. La raíz está en el sistema político, en cómo y para quién funciona.

Nuestra política opera a través de la polarización. Su lógica no es la del consenso, sino la de dividir y conquistar. Es por eso por lo que cada vez más personas se definen en base a lo que rechazan en vez de destacar aquello que apoyan: anticaviar, antifujimorista, entre otros. Con un sistema de reparto proporcional por regiones, el sistema electoral promueve además la proliferación de organizaciones débiles que dependen más de núcleos duros que de coaliciones que demanden negociación y entendimiento.

Esta fragmentación interactúa con otra característica del sistema, que es la precariedad del aparato estatal. Una democracia sin un servicio civil profesional y con partidos efímeros corre el riesgo de ver a estos últimos convertirse en agencias de empleo. Desafortunadamente, una de las pocas cosas que funcionan en nuestra política es precisamente el clientelismo.

Las ‘islas de excelencia’ del Estado peruano son la excepción que demuestra la regla. El Banco Central de Reserva, por ejemplo, goza no solo de autonomía, sino también de una carrera de servicio civil ejemplar. Si es una ‘isla’, es justamente porque destaca dentro de un mar clientelista. Lo que toca preguntarse es cuánto tiempo podrá mantenerse así si la marea sigue subiendo.

Con el tiempo, la polarización y el clientelismo se han convertido en un combo letal. Si el y el Legislativo están rumbo a una colisión, es en parte por eso. Las causas próximas, desde luego, siguen ahí: nombramientos inaceptables en el aparato público y teorías de ‘fraude en mesa’ representan declaratorias de guerra de cada lado. Pero detrás de estos factores inmediatos se encuentran causas últimas de lo que a estas alturas es un proceso de descomposición política (que ya afecta a la economía).

Salir de nuestra crisis perpetua requiere replantear el sistema político. Para ello, es imprescindible una reforma electoral que reduzca la fragmentación partidaria y medidas que fortalezcan el servicio civil. Lamentablemente, el presidente Castillo no parece tener interés en lo primero y está activamente saboteando lo segundo. Cuando se trata de polarización y clientelismo, el nuevo gobierno no es el cambio sino el continuismo.