Recientemente, la congresista republicana Lauren Boebert señaló (erradamente) que “ha habido dos naciones creadas para la gloria de Dios, Israel y los Estados Unidos de América”. Debido a sus declaraciones, pareciera que algunos políticos peruanos han sido influenciados por el Nacionalismo Cristiano estadounidense (NC) al punto de incluir a Perú dentro de ese grupo.
Bajo la narrativa del NC, USA fue fundada como una nación cristiana por cristianos (blancos) que establecieron leyes e instituciones basadas en principios “bíblicos” (Gorski). Los seguidores del NC están particularmente interesados en mantener un orden jerárquico entre ‘insiders’ (personas blancas, nacidas en territorio nacional, patriarcales y cristianas) y ‘outsiders’ (personas no blancas, migrantes, que no se conforman a cánones de género tradicionales y pertenecen a minorías religiosas) (Baker, Perry y Whitehead) y suelen argumentar que los problemas sociales pueden resolverse mediante la promoción de “valores cristianos tradicionales” (Whitehead, Schnabel y Perry). No son teócratas, pero abogan para que su visión del cristianismo tenga un lugar privilegiado en la esfera pública.
Luego de la derrota de Trump en las elecciones 2020, un amplio grupo de nacionalistas cristianos iniciaría el movimiento “Jericho March”, con la finalidad de revertir los resultados electorales mediante marchas y vigilias de oración. Durante el ataque al Capitolio por parte de manifestantes que buscaban impedir la confirmación de la victoria de Biden, se observó diversos símbolos que conectaban a Trump con Jesús, como posters de “Jesús 2020”, una cruz en que sus seguidores se inclinaban a orar y vítores de “griten si creen en Jesús” seguidos de “griten si creen en Donald Trump.” Los nacionalistas cristianos de hoy interpretan su participación política como parte de una guerra espiritual.
Aunque periodistas y académicos ya han denotado similitudes anecdóticas entre las recientes campañas presidenciales de USA y Perú, quisiera enfatizar cómo el mito de la “nación cristiana” va ganando terreno en política nacional.
Conectando la nacionalidad con el apoyo a su agenda conservadora, el movimiento Con Mis Hijos No Te Metas lanzó un video promocional para su primera marcha nacional (2017) en que un vocero señalaba que “los peruanos de verdad” se oponían al enfoque de género. Asimismo, al comunicar la fundación del partido Contigo, Salvador Heresi señaló que valoraban “la importancia de… el cristianismo en la formación de nuestra personalidad histórica.”
Durante una vigilia de oración convocada por Keiko Fujimori, la candidata presidencial oraba al “Señor que pone y quita reyes” en clara referencia a Daniel 2:21, un versículo regularmente citado para reconocer la soberanía de Dios en política. Lo más preocupante no es que se utilice un versículo para insertar demandas políticas personales dentro de una supuesta lucha divina, sino que se escuche en el vídeo a personas gritar “Amén”.
Muchos políticos utilizan lenguaje religioso para abogar por políticas públicas de manera constructiva. No obstante, la retórica que presenta a rivales políticos como enemigos espirituales es dañina para la construcción de una democracia. Luego de que el presidente Sagasti estableciera restricciones por Semana Santa, Rafael López Aliaga lo acusó de “no respetar a la nación peruana, que es cristiana.” Por su parte, Víctor Andrés García Belaunde acusaría a Sagasti de “omitir el legado cristiano y occidental de nuestra identidad” debido a sus declaraciones por el Inti Raymi.
Es comprensible que muchos ciudadanos crean el mito de un Perú cristiano. Perú es un país de mayorías cristianas, con 76,03% de peruanos identificados como católicos y 14,07% como evangélicos (INEI 2018) y el artículo 50 de nuestra Constitución pareciera afirmar la idea de una identidad cristiana histórica. No obstante, los creyentes estamos llamados a distinguir entre el genuino ejercicio de la libertad religiosa y la conveniente instrumentalización política.
En las Fiestas Patrias venideras, reflexionemos sobre cómo el NC lleva a muchos cristianos a sentir más apasionamiento por políticos que promueven un falso mito que por Dios mismo. Cuando el fascismo llegue, no lo hará cargado de simbología propia de su pensamiento, sino rodeado de rebosantes “patriotismo” y “tradición cristiana.”
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