El terremoto de magnitud 7,2 que sacudió Haití el 14 de agosto devastó al país. Murieron al menos 2.189 personas y se vieron afectadas alrededor de 1,5 millones al oeste de la capital, Puerto Príncipe. Los damnificados carecen de asistencia médica, refugio, agua corriente y alimentos. Para agravar esta catástrofe, han tenido que lidiar con inundaciones y deslizamientos de tierra provocados por la tormenta tropical Grace, y con la violencia de las pandillas que amenazan a los convoyes que transportan equipos y suministros.
Para nosotros, los haitianos, es otro episodio desgarrador de déjà vu.
Nuestro país aún se está recuperando del terremoto del 2010, cuando la mala gestión de la ayuda internacional obstaculizó los esfuerzos para apoyar a los haitianos. Ahora la pregunta es cómo se puede utilizar mejor la nueva ayuda que está comenzando a llegar.
Hay una respuesta: confíen en las redes de base haitianas que están en contacto directo con las víctimas y tienen un historial de coordinación de esfuerzos de socorro.
Los haitianos se encuentran en un estado especial de vulnerabilidad. Tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse, la situación política sigue cambiando y el Gobierno de facto está luchando para garantizar que la ayuda pueda transportarse de forma segura desde la capital hacia la zona del desastre.
Sin embargo, muchas organizaciones han estado respondiendo a las necesidades locales como lo han hecho durante años. Trabajan con grupos de base en salud, educación y desarrollo que quedaron después del terremoto del 2010, y con agencias especializadas de las Naciones Unidas.
Desde el 2010, Haití ha sufrido cuatro terremotos, cuatro huracanes y un devastador brote de cólera. Cada uno requirió ayuda humanitaria urgente. Pero el Gobierno Haitiano y varias organizaciones internacionales han fracasado en gran medida en garantizar que la asistencia llegue realmente a las personas desesperadas en aldeas remotas. Descubrir cómo hacerlo esta vez será clave para la recuperación del país.
En el 2010, me acababa de retirar de mi puesto como portavoz de las Naciones Unidas cuando me pidieron que volviera a ser asesora principal de su misión de mantenimiento de la paz en Haití. Actué como enlace entre las Naciones Unidas y el Gobierno Haitiano mientras los aviones llenos de ayuda internacional llegaban a un país que no estaba preparado para ello. La misión acababa de perder a 102 efectivos de mantenimiento de la paz y altos líderes en el terremoto. El Gobierno Haitiano también estaba en desorden después de que murieran muchos de sus mejores funcionarios públicos.
Lo que presencié entonces nos plantea la cuestión de qué podemos hacer mejor ahora. Si bien las Naciones Unidas coordinaron algunos esfuerzos para brindar ayuda, podrían haber hecho más para apoyar a las redes locales de base. En medio de una destrucción inimaginable, lo que se destacó fue la dedicación de muchos médicos, enfermeras y trabajadores humanitarios para salvar vidas.
Podemos absorber lecciones de errores anteriores. Cuando las comunidades locales participaron en la respuesta al terremoto del 2010, la distribución de la ayuda mejoró. Podemos buscar y escuchar sus voces y dar dinero directamente a las familias, que son las que mejor conocen sus propias necesidades. Al comprar y distribuir alimentos a poblaciones necesitadas, debemos tener cuidado de no socavar a los agricultores locales.
Con el esfuerzo de recuperación internacional en una etapa temprana, podemos dar prioridad a esas voces y escapar del ciclo de déjà vu de Haití al repensar cómo llega la ayuda a las personas que la necesitan. Como dice un proverbio haitiano, ‘Men anpil chay pa lou’: Con muchas manos, la carga se aligera.
–Glosado, editado y traducido–
© The New York Times
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