"Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, por ejemplo, ha estado involucrado en varias guerras, pero ninguna fue necesaria para su supervivencia". (Ilustración: Rolando Pinillos Romero).
"Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, por ejemplo, ha estado involucrado en varias guerras, pero ninguna fue necesaria para su supervivencia". (Ilustración: Rolando Pinillos Romero).
/ Rolando Pinillos Romero
Joseph S. Nye

Las relaciones internacionales son un ámbito anárquico; no existe un gobierno mundial que pueda proporcionar orden. Los Estados deben proporcionar su propia defensa, y, cuando la supervivencia está en juego, los fines justifican los medios. Donde no hay forma de elegir una opción significativa, no puede haber ética. Como dicen los filósofos, “si se debería hacer algo, ello implica que se puede hacer ese algo”. Nadie puede culpar a alguien por no hacer lo imposible.

Según esta lógica, combinar la ética y la política exterior es un error categórico. Es como preguntar si un cuchillo suena bien, en lugar de preguntar si corta bien. Por lo tanto, al poner en tela de juicio la política exterior de un presidente, debemos preguntarnos si dicha política exterior funcionó, no si fue moral.

Si bien este punto de vista tiene algún mérito, evita las preguntas difíciles al simplificar demasiado. La ausencia de un gobierno mundial no significa la ausencia de todo orden internacional. Algunos problemas de política exterior se relacionan con la supervivencia de un Estado nación, pero la mayoría no. Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, por ejemplo, ha estado involucrado en varias guerras, pero ninguna fue necesaria para su supervivencia. Y muchas opciones importantes de política exterior sobre derechos humanos, cambio climático o la libertad de Internet de ninguna manera implican que se lleve a cabo una guerra.

De hecho, la mayoría de los asuntos de política exterior implica compensaciones de toma y daca para encontrar equilibrios entre valores que requieren que se elijan opciones, no la aplicación de una fórmula rígida de ‘razones de Estado’. Un cínico funcionario francés me dijo una vez: “Defino el bien como lo que es bueno para los intereses de Francia. La moral es irrelevante”. Parecía no estar consciente de que su declaración en sí misma era un juicio moral. Es tautológico, o en el mejor de los casos trivial, decir que todos los Estados tratan de actuar a favor de su interés nacional. La interrogante importante es la forma cómo los líderes eligen definir e ir tras la consecución de ese interés nacional bajo distintas circunstancias.

El petróleo, la venta de armas y la estabilidad regional son intereses nacionales, pero también lo son los valores y principios, los mismos que son atractivos para los demás. ¿Cómo combinarlos?

Desafortunadamente, muchos juicios formulados sobre la ética y la política exterior contemporánea de Estados Unidos son azarosos o están mal pensados, y una gran parte del debate actual se centra en la personalidad del presidente Donald Trump. Mi libro “Do Morals Matter?” intenta corregir esto, mostrando que a algunas de las acciones de Trump no les faltan precedentes en otros presidentes estadounidenses desde la Segunda Guerra Mundial.

Aún más importante, los estadounidenses rara vez tienen claros los criterios según los que juzgan una política exterior. Por ejemplo, elogian a un presidente como Ronald Reagan por la claridad moral de sus declaraciones, como si las buenas intenciones bien expresadas fueran suficientes para formular juicios éticos. Sin embargo, Woodrow Wilson y George W. Bush mostraron que las buenas intenciones sin los medios adecuados para realizarlas pueden conducir a resultados éticamente malos, como el Tratado de Versalles de la Primera Guerra Mundial o la invasión a Iraq. O, en cambio, podemos juzgar a un presidente por los resultados que obtuvo. Algunos observadores dan crédito a Richard Nixon por poner fin a la guerra de Vietnam, pero él sacrificó 21.000 vidas estadounidenses para crear un “intervalo decente” para salvar la cara (intervalo que, además, resultó ser una pausa efímera en el camino hacia la derrota).

El buen razonamiento moral debe ser tridimensional; debe sopesar y equilibrar intenciones, consecuencias y medios. Una política exterior debe juzgarse utilizando dicho razonamiento. Además, una política exterior moral debe tener en cuenta las consecuencias, como mantener un orden institucional que fomente los intereses morales. Y es importante incluir las consecuencias éticas de las ‘no acciones’. Por ejemplo, la voluntad del presidente Harry S. Truman de aceptar el estancamiento y el castigo político interno durante la guerra de Corea, en lugar de seguir la recomendación del general Douglas MacArthur sobre utilizar armas nucleares.

No tiene sentido argumentar que la ética no jugará ningún papel en los debates sobre política exterior que se avecinan este año. Debemos reconocer que siempre usamos el razonamiento moral para juzgar la política exterior, y que deberíamos aprender a usar mejor dicho razonamiento.


Traducido por Rocío L. Barrientos.

–Glosado y editado–

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