"Es importante recalcar que un ‘deepfake’ solo es efectivo para ejercer violencia de género si está respaldado por un público que no es crítico sobre la información que difunde". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Es importante recalcar que un ‘deepfake’ solo es efectivo para ejercer violencia de género si está respaldado por un público que no es crítico sobre la información que difunde". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Denisse Albornoz

En mayo del 2019, circuló en Internet un video manipulado de la política estadounidense, Nancy Pelosi, en el que aparecía dando declaraciones en aparente estado de ebriedad. El video fue reconocido como falso por diversos medios, pero se volvió viral tras ser compartido por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en Twitter. A pesar de que Pelosi es una de las mujeres más poderosas del mundo,el video continúa siendo usado para desacreditarla.

Un año atrás, en la India, la periodista independiente Rana Ayyub también fue el blanco de un video manipulado, esta vez de un ‘deepfake’. A partir de sus declaraciones desafiando al Partido Popular Indio, crearon un falso video pornográfico con su rostro y lo circularon en redes sociales. El video era sumamente realista y fue compartido más de 45.000 veces incluso por políticos de alto perfil. La vida de Ayyub no volvió a ser la misma. Ahora sufre de ansiedad y ataques de pánico, y debe lidiar constantemente con comentarios misóginos, solicitudes sexuales y amenazas de muerte.

Dicen que una imagen vale más que mil palabras, pero los videos manipulados y los ‘deepfakes’ nos demuestran que ese ya no es el caso. Una aplicación de ‘deepfakes’ puede, gracias a nuevas técnicas de inteligencia artificial, recrear las expresiones faciales y tonos de voz de cualquier persona usando fotos o archivos de audio que ya existen en Internet. En otras palabras, con esta tecnología podemos hacer que alguien parezca decir o hacer algo que realmente no dijo o hizo.

El artista digital Hao Lin nos anticipa que los ‘deepfakes’ serán “perfectos y virtualmente indetectables” en solo unos años, y esto ha despertado tanta emoción como pánico. Están quienes dicen que solo se trata de un recurso artístico mientras otros advierten sobre su poder para difundir desinformación. Sin embargo, se habla poco sobre cómo los ‘deepfakes’ son el arma perfecta para ejercer violencia de género digital, creando nuevos riesgos para las mujeres y sobre todo para las que ocupan Internet para ejercer sus carreras en periodismo, entretenimiento y política.

Aunque cualquier persona podría aparecer en un ‘deepfake’, la sociedad no trata a todos por igual. Mark Zuckerberg, Barack Obama y Vladimir Putin también han protagonizado montajes; sin embargo, ninguno de ellos ha visto daños a su reputación o a su imagen. Mientras tanto, los de Pelosi y Ayyub han sido usados de manera masiva y efectiva para silenciar sus opiniones. Los ‘deepfakes’ creados sobre ellas ilustran tres tipos de violencia digital que afectan de manera desproporcionada a mujeres que usan tecnología: el robo de identidad, el acoso y la difusión de imágenes íntimas sin consentimiento. Las últimas dos, además de ser delitos en el Perú, pueden dañar psicológicamente a una mujer al largo plazo y hasta poner en riesgo su vida.

Es importante recalcar que un ‘deepfake’ solo es efectivo para ejercer violencia de género si está respaldado por un público que no es crítico sobre la información que difunde y que no procura la integridad, libertad y seguridad de las mujeres en todos los espacios. En otras palabras, una sociedad machista, como la peruana –donde aún se comparten imágenes íntimas de mujeres por WhatsApp sin su consentimiento o donde algunos creen que si nos violan es porque nuestras faldas son muy cortas– es una sociedad mucho más susceptible a ser manipulada por esta tecnología.

¿Cómo reaccionaremos en el Perú cuando nos enfrentemos a un ‘deepfake’? ¿Qué haremos en las próximas elecciones si nos llega el video de una candidata aparentemente desnuda? ¿Nos preguntaremos si es verdadero o falso? ¿Lo condenaremos o lo denunciaremos? Y, tal vez, lo más importante: ¿lo compartiremos? Si los ‘deepfakes’ llegan al Perú importará poco si son veraces o no, porque en su falsedad revelarán una verdad más profunda: cómo este país trata a las mujeres.