Otto Regalado

En medio de la acelerada transformación que vive el mundo producto de las tecnologías emergentes (IA, Realidad Aumentada, IoT, entre otras), la pregunta acerca del auténtico objetivo de la universidad cobra una importancia renovada. Es así como las instituciones educativas tienen la obligación de reflexionar sobre si están realizando su tarea de educar a los profesionales del futuro y no se dedican solo a buscar captar más alumnado para réditos financieros.

En su ideal de educación, Platón proponía que “la educación no es un vaso por llenar, debe prender una llama”. Esta idea, recientemente recuperada por Francisco Covarrubias, rector de la Universidad Adolfo Ibáñez de Chile, constituye el inicio ideal para esta reflexión. La universidad no solo debe ser un transmisor de saberes porque el conocimiento está más disponible que nunca; debe convertirse en un catalizador de ideas, en un laboratorio de creatividad y en un lugar donde los alumnos adquieran no solo destrezas técnicas, sino también la habilidad para interrogar y modificar el mundo que los envuelve.

Nuevas formas para la creación de riqueza

Antes, una persona buscaba estudiar en la universidad y luego en una escuela de negocios porque veía en ambas instituciones como la mejor herramienta para ascender profesionalmente y así construir riqueza. Sin embargo, ahora hay otros caminos que desafían a las instituciones educativas por el rol que cumplen.

Naval Ravikant, un empresario y filósofo contemporáneo, ha difundido ideas acerca de la generación de riqueza que cuestionan las ideas convencionales. Según Ravikant, la riqueza no consiste solo en capital, sino en bienes que producen libertad, tales como la propiedad intelectual, la tecnología y las relaciones de calidad.

Si implementamos estos conceptos en el ámbito universitario, la interrogante es ineludible: ¿Las entidades educativas están capacitando a sus alumnos para esta nueva realidad? En muchos casos, la respuesta resulta alarmante. Todavía hoy en día, gran parte de la educación superior se centra en modelos de aprendizaje que privilegian la acumulación de conocimiento estático en vez de la habilidad para adaptarse y generar. En un mundo en el que los generadores de contenido, los programadores de software y los empresarios tecnológicos están transformando el éxito laboral, es necesario que las universidades adopten una perspectiva más pragmática y visionaria.

Esto obliga a que las universidades y escuelas de negocios reestructuren sus carreras de pregrado y sus programas de posgrado para no solo ofrecer “conocimientos de vanguardia” o la aplicación del “método del caso”, sino que también promuevan la generación de activos tecnológicos y digitales. En vez de enfocarse únicamente en tomar pruebas y otorgar diplomas, las instituciones educativas deben incentivar a los alumnos a crear proyectos, prototipos e iniciativas empresariales (no solo en el papel) que puedan generar un verdadero impacto.

La reconfiguración del mercado laboral en tiempos de IA

La IA está modificando de forma irreversible la distribución de la fuerza laboral, tanto en posiciones administrativas como operativas. Un reciente estudio de Goldman Sachs proyecta que en los próximos años se podrían automatizar hasta 300 millones de puestos de trabajo. Simultáneamente, emergen nuevos roles profesionales, desde “entrenadores de Inteligencia Artificial” hasta “expertos en ética algorítmica”, que demandan competencias que antes parecían inimaginables.

En este escenario, las universidades se encuentran con un doble reto: por un lado, deben prever las exigencias del mercado de trabajo; y por otro, tienen el deber de educar a sus alumnos para que sean capaces de innovar de manera constante. Esto también implica incorporar la formación en IA como un elemento crucial en todos los programas educativos, sin importar la disciplina. Como las competencias digitales son actualmente un requisito fundamental, entender el funcionamiento y el efecto de la IA debería ser un componente común de cualquier graduado universitario. Además, las instituciones educativas deben promover un enfoque emprendedor, que habilite a los alumnos a detectar oportunidades en la revolución tecnológica, en vez de temerla.

Encender una llama: La auténtica finalidad de la universidad

En su columna “El sentido de la universidad”, Francisco Covarrubias, rector de la Universidad Adolfo Ibáñez de Chile, medita acerca de cómo, en ciertas situaciones, las instituciones educativas han olvidado su propósito inicial. El objetivo de la universidad no es simplemente preparar a los alumnos para el ámbito laboral, sino educar a ciudadanos críticos, innovadores y dedicados al bienestar comunitario. Este ideal, fundamentado en la filosofía platónica, tiene mayor importancia que nunca en un mundo polarizado y repleto de dudas.

La universidad debería ser un lugar en el que los alumnos aprendan a cuestionar las estructuras actuales y a concebir nuevas modalidades de organización social y económica. Esto no implica desligarse de la capacitación técnica, sino enriquecerla con una educación que promueva la empatía, la ética y la responsabilidad social. Los desafíos más complicados de nuestra época, desde el cambio climático hasta la inequidad económica, demandan respuestas que superen las fronteras de cualquier campo de estudio.

Ante lo expuesto, las instituciones universitarias tienen el deber de encabezar este cambio. Esto significa revisar y renovar sus programas de estudio con regularidad, incorporar tecnologías novedosas en sus técnicas pedagógicas y promover alianzas entre el sector académico, el industrial y la sociedad civil. Además, implica reconfigurar los indicadores de éxito: en vez de enfocarse únicamente en índices laborales o clasificaciones globales, las instituciones educativas deben valorar su influencia en el crecimiento integral de sus alumnos y su habilidad para crear valor en sus comunidades.

Además, es esencial que los centros educativos adopten una actitud proactiva ante la revolución tecnológica. Esto no solo implica capacitar a los alumnos para los trabajos futuros, sino también instruirlos acerca de las repercusiones éticas y sociales de estas tecnologías. La IA, al igual que cualquier instrumento potente, posee la capacidad de potenciar tanto lo mejor como lo más negativo de la humanidad. Los expertos del porvenir necesitan contar no solo con competencias técnicas, sino también con un fuerte sentido de ética y responsabilidad.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Otto Regalado es profesor de ESAN Graduate School of Business

Contenido Sugerido

Contenido GEC