"No hay que olvidar que el año pasado hubo una importante reducción global del gasto en capital de las corporaciones, por el temor a una escalada en la guerra comercial y tecnológica y la posibilidad de un ‘brexit’ “duro”. Y justo cuando estos riesgos comenzaban a menguar, apareció uno nuevo". (Ilustración: Víctor Aguilar)
"No hay que olvidar que el año pasado hubo una importante reducción global del gasto en capital de las corporaciones, por el temor a una escalada en la guerra comercial y tecnológica y la posibilidad de un ‘brexit’ “duro”. Y justo cuando estos riesgos comenzaban a menguar, apareció uno nuevo". (Ilustración: Víctor Aguilar)
Nouriel Roubini

Tras el asesinato de Qasem Soleimani y la represalia inicial de Irán contra dos bases iraquíes usadas por tropas estadounidenses, los mercados financieros entraron en modo de huida del riesgo: el petróleo se encareció un 10%, las bolsas de Estados Unidos y del mundo cayeron algunos puntos porcentuales y los rendimientos de los bonos seguros se redujeron. Pero poco después, y pese al riesgo continuado de un conflicto y las consecuencias que eso tendría para los mercados, ver a ambos lados dispuestos a detener la escalada calmó a los inversores, y los movimientos se revirtieron.

Este giro es reflejo de dos supuestos. En primer lugar, los mercados dan por sentado que ni Irán ni Estados Unidos quieren una guerra total. En segundo lugar, los inversores parecen convencidos de que un conflicto no tendría grandes consecuencias económicas. Al fin y al cabo, hoy la importancia del petróleo como insumo para la producción y el consumo es mucho menor que durante los últimos casos de shock petrolero, como la Revolución Islámica iraní (1979). Además, Estados Unidos mismo se ha convertido en un importante productor de energía, las expectativas de inflación son muy menores a las de décadas pasadas, y hay poco riesgo de que los bancos centrales respondan a un shock petrolero subiendo los tipos de interés.

Pero ambos supuestos son errados. Aunque el riesgo de una guerra total parezca bajo, no hay razones para creer que las relaciones entre ambos países volverán al statu quo anterior. La idea de que un ataque sin víctimas a dos bases basta para satisfacer la necesidad de represalia iraní es ingenua. El conflicto no se detendrá y puede incluir agresiones a través de intermediarios regionales (incluidos ataques contra Israel), intentos de sabotaje contra instalaciones petroleras sauditas y de otros países, obstáculos en la navegación por el golfo, terrorismo internacional, ciberataques, proliferación nuclear, etc. Cualquiera de estos elementos puede llevar a una escalada no intencional del conflicto.

Además, hoy la mayor amenaza contra la supervivencia del régimen iraní no es una guerra declarada, sino una revolución interna. Como una invasión de Irán es improbable, el régimen puede sobrevivir a una guerra e incluso salir beneficiado, al conseguir apoyo popular. A la inversa, una guerra total y el consiguiente resultado de encarecimiento del petróleo y recesión global provocarían un cambio de régimen en Estados Unidos (el deseo de Irán). Así que Irán no solo puede permitirse una escalada, sino que tiene todos los incentivos para hacerlo.

Igualmente errado es el supuesto sobre el efecto de un conflicto en los mercados. Es verdad que Estados Unidos hoy depende menos del petróleo extranjero pero hasta un ligero encarecimiento puede iniciar una desaceleración a más escala o una recesión. Si bien un shock petrolero mejoraría las ganancias de los productores estadounidenses de energía, los beneficios serían menores a los costos para los consumidores. En el agregado, el gasto privado y el crecimiento se desacelerarían, lo mismo que el crecimiento en todas las grandes economías que son importadoras netas de petróleo. Finalmente, aunque los bancos centrales no suban los tipos de interés después de un shock petrolero, tampoco les queda mucho margen para una mayor flexibilización de las políticas monetarias.

Según una estimación de JP Morgan, un conflicto que impida por seis meses la navegación por el estrecho de Ormuz puede encarecer el petróleo un 126%, lo que sentaría las bases para una grave recesión global.

Pero estas estimaciones no llegan a expresar cabalmente la relación del precio del petróleo con la economía global. La necesidad de sectores y países dependientes del petróleo de acumular stocks precautorios puede provocar un encarecimiento muy superior a lo que indica un modelo básico de oferta y demanda. Así pues, incluso una ligera subida del petróleo puede generar un episodio de huida del riesgo sostenido, en el que las bolsas del mundo caigan al menos un 10%.

No hay que olvidar que el año pasado hubo una importante reducción global del gasto en capital de las corporaciones, por el temor a una escalada en la guerra comercial y tecnológica y la posibilidad de un ‘brexit’ “duro”. Y justo cuando estos riesgos comenzaban a menguar, apareció uno nuevo. Dejando a un lado el impacto negativo directo de un encarecimiento de la energía, el temor a una escalada en el conflicto entre Estados Unidos e Irán puede aumentar el ahorro precautorio de las familias y reducir el gasto en capital de las empresas, lo que debilitaría todavía más la demanda y el crecimiento.

Pese al optimismo de Wall Street, incluso una ligera reanudación de las tensiones entre Estados Unidos e Irán puede hundir el crecimiento global por debajo del nivel mediocre del 2019. En fin, un conflicto más grave que no sea guerra total puede encarecer el petróleo a mucho más de 80 dólares por barril, con un posible ingreso de las bolsas a territorio de baja y freno al crecimiento global.

Aunque por ahora la probabilidad de una guerra total sigue siendo baja, las chances de volver al statu quo anterior al asesinato son incluso menores. Lo más probable es una escalada de la situación hacia una nueva área gris en la que el riesgo de guerra total habrá aumentado. En esas nuevas condiciones, el optimismo actual de los mercados no solo parecerá ingenuo, sino directamente irracional.

Traducido por Esteban Flamini

–Glosado y editado–

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