Se sabe que no todo lo que es popular crea necesariamente una mejor calidad de las instituciones. Es el caso del voto preferencial. Si no se cambian las normas, en el 2016 tendremos nuevamente un mercado persa, donde se ofrecerá de todo, hasta baratijas.
Solo para tener una idea. En las elecciones del 2011 se desarrollaron 1.690 campañas parlamentarias, en vez de 13, que fue el número de partidos que presentó lista de candidatos al Congreso, a las que hay que sumar 11 campañas presidenciales. Si el próximo año el número de listas se repite, en Lima tendremos 468 candidatos arrancándose los votos, sin importar si se trata de su propio compañero de lista. Quienes creen que gracias a este tipo de oferta de mercado el elector es el privilegiado por la cantidad y variedad, pues se equivocan.
Desde el punto de vista del partido, se desata una inevitable lógica fratricida entre sus candidatos, impide que estos ofrezcan propuestas unificadas y que el partido coloque a sus mejores cuadros en el Parlamento. Imposibilita, asimismo, que se conozca el origen y gasto de los recursos económicos, pues por lo general el candidato no informa o lo hace parcialmente, por lo que el control interno y externo del financiamiento se hace imposible. Como la elección es simultánea, el candidato presidencial realiza una campaña confundida en un mar de campañas individuales.
Desde el punto de vista del candidato, debe desarrollar su propia estrategia que sea distinta a la de sus compañeros de partido, ingresa a una lógica creciente de ofertas demagógicas. Los candidatos intentan mostrar sus virtudes como si fuera un concurso de plaza de trabajo y ofrecen lo que solo el Ejecutivo podría realizar. Por lo demás, debe procurarse por sí solo los recursos económicos, haciéndolo vulnerable al dinero mal habido.
Desde el punto de vista del elector, no recibe pocos y claros mensajes, sino miles, por lo que se obstruye su capacidad de escoger adecuadamente. No asocia fácilmente lo que es oferta partidaria de una personal y menos diferencia lo que puede hacer o no un parlamentario. Ante tremenda bulla comunicativa, es fácil presa del márketing más banal. Finalmente, pese a que este mecanismo está vigente desde hace más de tres décadas, el número de los votos nulos para el Parlamento cuadriplica al presidencial, por lo que cientos de miles de votos son desperdiciados.
El voto preferencial debe ser eliminado, pero acompañado con medidas de garantía para los que compitan al interior del partido. Esto podría en parte lograrse si se tiene un reglamento electoral que sea condición de la inscripción, con reglas claras de competencia, en las que se incorpore allí sí el voto preferencial, en un formato de elecciones directas. Estas elecciones deberían ser organizadas y realizadas por la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) de manera simultánea en todos los partidos y los resultados ser vinculantes. El Registro Nacional de Identificación y Estado Civil (Reniec) se encargaría del padrón de militantes y el Jurado Nacional de Elecciones (JNE), de resolver las controversias. Es decir, un conjunto de reglas y procedimientos que produzcan garantías de un proceso interno.
Ninguna otra medida que se está discutiendo en el Congreso tendrá el impacto comparable a la eliminación del voto preferencial.