El mundo enfrenta una crisis espiritual que tiene a la ética en su centro. Durante las últimas semanas, esta crisis se ha manifestado en el derribamiento, por parte de activistas, de decenas de estatuas alrededor del mundo: desde generales esclavistas hasta frailes católicos. Parafraseando a Nietzsche (Alemania 1844-1900), quien se preguntaba “¿cómo filosofar con un martillo?”, estos activistas estarían “moralizando con un martillo”.
Se dice que, a pesar de sus aparentes diferencias (¿qué tienen en común el esclavista Robert E. Lee [Estados Unidos de América 1807-1870] y el fraile Junípero Serra? [España 1713-1784]), todos estos personajes tendrían algo en común. Ellos representarían la moral tradicional: una moral anticuada y opresora. Una moral inventada por los poderosos (occidentales) a su medida para someter a los débiles. Una moral que debe ser derribada, también, a martillazos.
No es la primera vez que la moral tradicional es atacada así. En “La Genealogía de La Moral”, el mismo Nietzsche hace algo similar, pero su tesis es otra. Según él, hace mucho tiempo, antes de que naciera la moral que hemos heredado (la de los diez mandamientos, las bienaventuranzas y la regla de oro), existió otra: la “moral de amos”. Esta moral, representada de manera más plena por el Imperio Romano, era opuesta a la moral que nuestras instituciones aún promueven.
La “moral de amos” valoraba las cosas de manera diferente. ¿Qué era “bueno”? Lo que caracterizaba a los amos mismos: la riqueza, la fuerza, el poder, la salud, el orgullo, etc. ¿Y qué era lo “malo”? Pues lo opuesto: la pobreza, la debilidad, la impotencia, la enfermedad, la humildad, etc. Era natural, desde su perspectiva, que los primeros sean los primeros y los últimos los últimos. Hasta que surgió la otra moral, la de Moisés y Jesús, la “moral de esclavos”.
Esta “moral de esclavos” no tendría, según Nietzsche, un origen puro: fue un invento de los resentidos “esclavos” para someter a los “amos”. Incapaces de vencerlos con las armas, iniciaron una revuelta espiritual a largo plazo: convencer a los “amos” de que lo que ellos llamaban “bueno” era “malvado”. Y llamar “bueno” todo lo que los “amos” consideraban “malo”: la pobreza, la debilidad, la impotencia, la enfermedad. Los últimos serán los primeros.
La “moral de esclavos” eventualmente ganó. Roma misma se convirtió a ella con Constantino (Serbia 272-337). Y si bien la Iglesia ha perdido poder y prestigio, su moral, la “moral de esclavos”, sigue tan viva como antes. Se ha secularizado, cambiando de ropaje, pero la estatua bajo el vestido (la estatua de la ética) sigue siendo la misma. Prueba de ello es el mismo movimiento que viene derribando las estatuas de generales esclavistas… y de frailes católicos.
Esta es la paradoja, o el problema: la moral del general esclavista Lee no tiene nada que ver con la del fraile Serra. Utilizando las categorías de Nietzsche, Lee representa la “moral de amos”; Serra, la “moral de esclavos”. En línea con esto, la estatua del primero representa lo “malvado”; la segunda, lo “bueno”. Pero estamos perdiendo la capacidad de distinguir lo “malvado” de la “bueno”. Esta es sin duda una de las grandes cegueras morales de nuestros tiempos.
Nietzsche, con todo su genio, se equivocó: la moral tradicional, la “moral de esclavos”, la de la regla de oro, no tiene un origen impuro. No es fruto del resentimiento ni busca el poder. Es fruto de la razón y el amor y busca, entre otras cosas, la justicia. En lugar de atacarla, los activistas harían bien en aliarse con ella. Si no, en su afán de “moralizar con un martillo”, terminarán martillando la estatua modelo, la que sirve para juzgar todas las otras: la estatua de la ética.