“La participación de las mujeres en la vida pública y política está relacionada con el fortalecimiento de la democracia, el buen gobierno y una mayor participación en la economía”. (Ilustración: Giovanni Tazza)
“La participación de las mujeres en la vida pública y política está relacionada con el fortalecimiento de la democracia, el buen gobierno y una mayor participación en la economía”. (Ilustración: Giovanni Tazza)

Con varios países latinoamericanos acudiendo a las urnas este año en medio de importantes sucesos económicos y un movimiento feminista en desarrollo, el rol de la y la participación política de las es de incuestionable relevancia para el progreso de la región. El liderazgo de las mujeres es fundamental para la gobernabilidad democrática, el crecimiento económico y el desarrollo sostenible. Promover la igualdad de género es un objetivo cada vez más importante en la agenda de las autoridades en el mundo.

Este movimiento a favor del liderazgo femenino está anclado en normas internacionales. Hace casi 30 años, Naciones Unidas propuso, para el 2000, alcanzar un 50% de participación femenina en puestos de liderazgo. En el 2015, el objetivo principal de lograr la igualdad de género y de oportunidades quedó nuevamente consagrado en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.

América Latina ha logrado grandes avances en la reducción de la desigualdad de género en las últimas décadas. Las mujeres han ganado una mayor presencia en el mercado laboral y en el acceso a la salud. Sin embargo, aún existe una gran brecha. Las mujeres representan aproximadamente el 50% de la población de la región, pero solo constituyen el 41% de la fuerza laboral. Además, un mejor rendimiento educativo no las ha conducido a empleos mejor remunerados. La disparidad salarial en empleos calificados –que alcanza el 25,6%– impide su empoderamiento económico. La desigualdad es aún peor cuando se habla de participación política. La representación femenina en los parlamentos nacionales en América Latina es, en promedio, 28,9% y el progreso casi se ha estancado.

La región se enfrenta a un año importante, con elecciones capaces de modificar el escenario político y la agenda económica de los países, ante los esfuerzos de estos de superar los desequilibrios, implementar reformas y acelerar el crecimiento. En este panorama, la igualdad de género y el liderazgo de las mujeres pueden jugar un rol crítico.

La participación de las mujeres en la vida pública y política está relacionada con el fortalecimiento de la democracia, el buen gobierno y una mayor participación en la economía (como se muestra en el Índice Global de Brecha de Género). Las legisladoras son más receptivas a las necesidades de sus representados y más efectivas en la construcción de consensos. El aumento de la representación femenina en los parlamentos está relacionado con mayores avances en la reforma de leyes discriminatorias y con una mayor inversión en servicios sociales. El empoderamiento político de las mujeres también mejora sus oportunidades económicas y la participación en la fuerza de trabajo.

La desigualdad de género, por otro lado, cuesta caro. Estimaciones recientes del Banco Mundial muestran que esta, por la pérdida en capital humano, le cuesta al mundo US$160 mil millones, de los cuales US$6,7 mil millones se atribuyen a las brechas en los ingresos en América Latina y el Caribe.

Traer abajo las barreras para la igualdad y nivelar el campo de juego puede aumentar el potencial humano y permitir nuevas oportunidades para el crecimiento. Como lo muestra el informe “Mujer, Empresa y Derecho” (2018), las leyes y las políticas pueden impulsar la inclusión económica de las mujeres. De hecho, la participación política de las mujeres en América Latina estuvo impulsada en gran medida por las cuotas de género y las leyes de paridad. Hasta el momento, 19 economías en la región (incluida la peruana) han adoptado alguna forma de cuota legislativa, y ocho luego se han convertido en regímenes de paridad –estableciendo una representación del 50/50–. Cuatro naciones –Bolivia, Costa Rica, México y Nicaragua– se encuentran entre los 10 principales países del mundo en representación femenina en los parlamentos nacionales.

Las oportunidades para tener líderes mujeres han mejorado. El resultado de las elecciones mexicanas de este año es un logro en este sentido. Con el nuevo Congreso, México será el único país con una mayoría femenina elegida al Senado. Colombia, por su parte, acaba de elegir a su primera vicepresidenta.

Si bien debemos celebrar estas victorias, no todo ha sido un progreso. A partir de marzo, América Latina no tendrá presidentas. Esta es una caída significativa (en el 2014 era la región con el mayor número de jefas de Estado, con presidentas en funciones en Argentina, Brasil, Chile y Costa Rica).

Se necesita más para acelerar el progreso. Las leyes y las políticas que promueven el empoderamiento de las mujeres pueden afectar sus oportunidades. Con tanta evidencia sobre el liderazgo femenino como una clave para cerrar la brecha de género –que a su vez es clave para el crecimiento económico– esperemos que este año, con tanto en juego para las perspectivas políticas y económicas de la región, también pueda ser una ganancia para la igualdad de género.

–Glosado y editado–.