El derecho al trabajo formal en condiciones dignas es esencial para la prosperidad de la humanidad y la independencia personal. El trabajo ofrece ingresos y la oportunidad de tener autonomía económica. De tomar control de nuestro proyecto de vida. Pero esta realidad solo la vive la mitad de las mujeres en el mundo, a pesar de las indisputables cifras sobre su contribución al crecimiento económico y sostenible. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), solo el 47% de las mujeres participa de la fuerza laboral formal, a diferencia del 72% de los hombres. Y en todas partes encontramos barreras para insertar y retener a las mujeres en la fuerza laboral.
Las desigualdades aparecen en la composición de la fuerza laboral formal: los rubros y roles que ocupan y su acceso a posiciones de liderazgo. Las raíces abarcan desde estereotipos culturales hasta barreras sistémicas.
El punto de partida no es el mismo para todas las mujeres. Para muchas, trabajar es una decisión de crecimiento profesional; para otras, es una necesidad. También hay mujeres que deciden quedarse en sus hogares. Por ello, cuando hablamos de inclusión, debemos pensar en generar las condiciones para que quienes decidan trabajar puedan hacerlo en condiciones dignas. En las últimas décadas, hemos logrado un mejor acceso a la educación superior y se ha ampliado la participación de la mujer en distintas industrias, pero aún existen brechas importantes, especialmente en STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), defensa, política y en roles de liderazgo.
Asimismo, diversos estudios encuentran que el mercado laboral penaliza la maternidad: las mujeres que trabajan a la vez que crían niños perciben menos ingresos totales a lo largo de su vida profesional en comparación con sus pares. Esto suele ocurrir por el subempleo y una progresión laboral más lenta tras el nacimiento de un hijo. En el Perú, el 40% de madres no regresa a trabajar después de tener un hijo y menos del 1% de empresas tiene algún tipo de oferta de cuidado infantil. ¿La solución? Un esfuerzo complementario entre empresa privada, gobiernos, sociedad y cultura. La empresa privada tiene la oportunidad de ser pionera, incorporando buenas prácticas como análisis interno de brechas, en especial en roles de liderazgo, y creación de programas de mentoría. Puede incorporar políticas de trabajo que ayuden a atraer y retener talento, incorporando la flexibilidad en el diseño de puestos de trabajo como ‘part-time’, ‘flexitime’, entre otros.
Desde los gobiernos podemos promover políticas públicas que faciliten la inserción y retención laboral de mujeres estudiando el estado actual del sistema y siendo autocríticos. ¿Ayuda a distribuir los cuidados del ámbito doméstico? ¿Promueve el involucramiento de los hombres? Por ejemplo, en el Reino Unido, la licencia de maternidad es de hasta un año, que puede ser compartida entre ambos padres.
En la vida cotidiana necesitamos reparar estereotipos que promueven sesgos hacia las mujeres y los hombres. La inclusión económica de las mujeres tiene muchos matices, pero lo esencial es entender que las experiencias de las mujeres son diversas y tienen distintas etapas. Esto requiere de compromiso e involucramiento por parte de los hombres. Tanto los hombres como las mujeres necesitamos seguir desafiando ideas obsoletas sobre las mujeres en el ámbito laboral y doméstico. Cuenten conmigo como aliado.