¿Cómo es que Donald Trump, un tipo agresivo y mentiroso que se pelea con la mitad del mundo e insulta a la otra mitad, sigue teniendo apoyo popular en su país? Parodiando la famosa frase con la que Bill Clinton le ganó la presidencia a George Bush, podríamos responder: es la narrativa, estúpido. Trump cuenta una historia de villanos (inmigrantes, China, tratados de libre comercio, guerras en Medio Oriente) que les han quitado a los americanos lo que les pertenece y el héroe (o sea él) se los va a devolver.
La narrativa busca recoger las necesidades más urgentes de un pueblo y las transforma en promesa. Hay un héroe, un villano, una lucha épica y unos beneficiarios. El líder la expone y si emociona, la gente se identificará con ella, la hará suya y la defenderá. No es lo que dices sino lo que la gente entiende, dice el analista político Franz Luntz: usando las palabras adecuadas se puede influir, motivar, emocionar.
Una gran narrativa, por ejemplo, fue la que llevó a Barack Obama al poder, cuando anunció que iba a enfrentar al sistema político norteamericano para hacer los cambios que la gente necesitaba: Yes we can! El Perú también ha tenido sus narrativas, como la del general Velasco Alvarado: los oligarcas nacionales y el capital extranjero se han adueñado de nuestras riquezas y el gobierno las devolverá a sus dueños legítimos. El patrón no comerá más de tu pobreza. Alberto Fujimori logró galvanizar a la opinión pública proponiéndose como el ‘self made man’ de clase media (un presidente como tú) que con mano dura enfrentaría a pitucos, políticos y vagos que llevaron al Perú a la desgracia.
Están las narrativas más modernas de “Una sola fuerza”, usada para enfrentar a El Niño costero, que dio la ilusión de que el Perú podía unirse contra cualquier adversario, o el “Sí se puede” (primo del “yes we can”), que contagió la esperanza, contra todos los pronósticos, de que el Perú iría al Mundial.
Hoy las narrativas que nos propone nuestra clase política son pobres. Keiko Fujimori vive de los escombros de la historia que su padre creó: los peruanos quieren un país ordenado que privilegie el bienestar económico por encima de leyes y derechos humanos. A esa narrativa, PPK enfrentó la de “un país de empresarios, negocios y oportunidades rumbo a la modernidad e integración mundial”, empañada por la mentira y la corrupción.
¿Qué propone el presidente Martín Vizcarra? Hasta ahora, una buena idea (un provinciano como muchos sin lazos con la corrupción) y las mejores intenciones: priorizar la salud, la educación, luchar contra la corrupción, llevar desarrollo a cada lugar del país, etc. Eso no moviliza a nadie ni genera ilusión. La narrativa eficiente empieza por escoger el dilema correcto para el público correcto, construye su historia (héroes, villanos y beneficiarios), es expuesta en forma sencilla y es acompañada por medidas concretas que la sustenten. Quien lo entendió muy bien y tuvo éxito en esto fue el ex ministro de Educación Jaime Saavedra.
El Ejecutivo, en cambio, no ha logrado poner en marcha una narrativa que identifique las preocupaciones y necesidades más urgentes de la población. Las reformas políticas y electorales anunciadas, si no van asociadas al aspecto económico, son solo una declaración de buenas intenciones sin ningún impacto en el mundo real. Pasa igual con las iniciativas laborales planteadas (priorizar la labor de los inspectores laborales, aumento de sueldos, derechos laborales) que no solucionan el problema de la productividad. La pregunta que debería hacerse el gobierno es: ¿cómo educamos a los peruanos para que alcancen altas tasas de productividad y un elevado nivel de vida que les permita tener ingresos suficientes para llevar bienestar a sus familias? En la respuesta puede estar la narrativa.
El presidente debería acabar con los lugares comunes y poner en marcha una narrativa que le permita tener legitimidad y apoyo de la opinión pública cuando haya oposición a sus decisiones. No le queda mucho tiempo. Si no genera entusiasmo pronto, terminará balbuceando alguna narrativa que nadie entenderá.