Recientemente se ha abierto un debate sobre la legitimidad para cambiar el nombre y la identidad visual de una marca que tiene cerca de 60 años en el mercado peruano. Las razones del cambio, según la empresa dueña de la marca, son la necesidad de ser inclusivos y diversos. Para algunos, sin embargo, este cambio representa ceder a las demandas de un movimiento global y nacional cuya consigna es cambiar o reescribir la historia. El producto en consideración se llama “Negrita” y una de las manifestaciones visuales más importantes vinculadas a la marca era una mujer negra con un pañuelo atado en la cabeza. El pañuelo, conocido en algunas partes del África como duku o dhuku, es rojo y tiene el nudo principal en la frente de la mujer.
PARA SUSCRIPTORES: ¿Por qué el cambio de nombre e imagen de Negrita ha generado tantas discrepancias?
La naturaleza y contexto de la imagen son piezas claves en la discusión que debemos tener. Porque lo que tenemos al frente es la imagen de una persona que pertenece a dos grupos usualmente oprimidos en el Perú. Por un lado, es una mujer, y por otro es afroperuana, dos elementos que rara vez, si es que alguna vez, dan ventajas en una sociedad como la nuestra. Esta persona, tal y como reconoce la empresa dueña de la marca, es mostrada como un ser vinculado a productos y labores de cocina. Es decir, es vinculada a un estereotipo que nos dice que ciertos seres humanos son mejores para labores domésticas que otros. Lo que efectivamente se hizo hace más de 60 años fue usar y apropiarse de la imagen de una persona negra, con la intención de proyectarla hacia toda una comunidad. Por ende, en la práctica, una empresa se apropió de una esfera de la existencia de todo un grupo humano.
¿Qué diferencia el estereotipo de una mujer negra como buena cocinera del estereotipo de un hombre negro como el presentado en la forma del ‘Negro Mama’? Quizás la única diferencia sea que uno se usa para afirmar el lugar de servidumbre que personas de ese grupo humano tenía antes, mientras el otro se usa para reafirmar la posibilidad de burlarse de ese mismo grupo en la actualidad. Los estereotipos responden a ciertas reducciones de la realidad que muchas veces son cómodas y agradables para aquellos grupos en una posición dominante.
Esta discusión sobre el lugar de imágenes, estatuas, y demás elementos que nos rodean constantemente y responden a estereotipos y formas pasadas de concebir roles sociales tiene para largo. Empezar a reconocer tales estereotipos se vuelve nuestro deber. Dos preguntas que deberíamos hacernos son, ¿por qué es fácil vincular la imagen de gente negra en Perú, y otras partes de Latinoamérica, con las labores domésticas como la cocina y la limpieza del hogar, o con los deportes? Y, ¿por qué es más difícil vincular a esas personas con la ciencia, la política, el arte, etc.? Ambas son preguntas difíciles, pero necesarias para comprendernos como sociedad.
Creer que dejar de usar imágenes que fomentan estereotipos o mover estatuas que representan culturas de explotación y dominación, es querer cambiar o reescribir la historia es equivocado. Tal y como los historiadores saben, la historia es más reacia a ser eliminada, precisamente porque la historia se puede preservar en libros y museos. Por otro lado, el reconocer que hay errores históricos que debemos corregir, es precisamente lo que nos puede llevar a aprender de esa historia y a evitar seguir reduciendo las esferas de existencia de grupos humanos cuyo respeto y consideración deben ser nuestra principal premisa. Porque para burlas y maltratos, ya tuvieron demasiado.
(*) Jorge Sánchez-Pérez es candidato a doctor en Filosofía por McMaster University.