El conflicto entre EE.UU. y China ha seguido intensificándose. El 2 de agosto, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, visitó Taiwán para mostrar el apoyo del Congreso Estadounidense a la isla autónoma, desafiando las protestas chinas de que su visita era inconsistente con la política de “una sola China”. El Gobierno Chino respondió rodeando la isla con ejercicios militares con fuego real, pruebas de misiles y otras operaciones en el estrecho de Taiwán.
Asimismo, el 7 de octubre, la administración de Joe Biden ordenó controles de exportación para evitar que China adquiera los semiconductores más avanzados y el equipo requerido para fabricarlos, y prohibió a cualquier empresa estadounidense o extranjera venderle a China cualquier equipo de este tipo que utilice tecnología estadounidense.
En un discurso de casi dos horas ante el vigésimo congreso del Partido Comunista Chino el pasado domingo, Xi Jinping, que se espera que gane un tercer mandato como máximo líder de China, declaró con confianza y ante un largo aplauso que “las ruedas de la historia están rodando hacia la reunificación de China y el rejuvenecimiento de la nación china”. Xi ha proclamado a menudo que el tiempo está del lado de China, y que Beijing puede darse el lujo de ser paciente.
Las ambiciones y capacidades a largo plazo de China son un trabajo en progreso, especialmente a medida que su crecimiento económico se desacelera. El Partido Comunista reconoce que China sigue siendo más débil que EE.UU., y su impulso de modernización sigue dependiendo de la tecnología y el capital internacionales.
Dada la profunda desconfianza en ambos lados, los pasos coordinados y unilaterales desde el borde del abismo podrían dar tanto a EE.UU. como a China un respiro para superar los desafíos internos agudos y navegar por un período particularmente peligroso.
En su discurso del domingo, Xi abrió pocos caminos nuevos sobre Taiwán, afirmando que China “continuará esforzándose por la reunificación pacífica” y advirtiendo contra la “interferencia de fuerzas externas”.
Por ello, Xi y Biden deberían centrar sus esfuerzos en el futuro que buscan, en lugar del que temen. En lugar de contrarrestar reflexivamente cada nueva iniciativa o idea que el otro presenta, China y EE.UU. deberían invertir más atención y recursos en métricas de éxito que no se definan por socavar u obtener ventaja sobre el otro.
Si una coexistencia pacífica, aunque competitiva, es el objetivo final, Washington y Beijing no necesitan noquearse mutuamente para ganar.
–Glosado, editado y traducido–
© The New York Times