“Jubilosos por la disciplina fiscal y monetaria, hemos despilfarrado tiempo valioso edificando castillos en las nubes”.
“Jubilosos por la disciplina fiscal y monetaria, hemos despilfarrado tiempo valioso edificando castillos en las nubes”.
Carlos Espá

El Perú, al igual que un sinnúmero de países, pasó en las últimas décadas de ser una economía de ingreso bajo a una de ingreso medio. Fue un buen tránsito, pero no se trató de una excepcionalidad, menos de un milagro. Muchos países alcanzan ese nivel, pero se quedan allí, hundidos en la mediocridad de la complacencia y la resignación, inmersos en una modernización inconclusa, y desbordados por expectativas insatisfechas y pulsiones destructivas.

Solo unos cuantos –Hong Kong, Taiwán, Singapur o Corea del Sur– han logrado evadir la malhadada y dar el salto al desarrollo sostenible convirtiéndose en países de ingreso alto. El más reciente ejemplo es , que parece encaminarse al salto cualitativo del desarrollo.

Cuando un país cae en la trampa del ingreso medio, de nada sirve hacerse el ‘muertito’ o pretender aprovechar los manjares de la concupiscencia. Es una trampa de arenas movedizas. El que no avanza, se hunde poco a poco, dilapida lo avanzado y acaba engullido en una vorágine de demagogia que lo devuelve al oscuro punto del inicio: escasez, bajos ingresos, , tiranía e incertidumbre.

En el Perú, hemos caído en la trampa del ingreso medio. Jubilosos por la disciplina fiscal y monetaria, hemos despilfarrado tiempo valioso edificando castillos en las nubes. Hemos idealizado a la economía informal, ignorando que la criminalidad crece y se multiplica en entornos donde la informalidad campea. La informalidad penetra y contamina al sector formal al tiempo que es penetrada y contaminada por la criminalidad. ¡No hay formalización posible sin imperio de la ley!

Asimismo, hemos elevado el concepto de “descentralización” al nivel de panacea y desconocido que es irresponsable transferir atribuciones a instancias regionales o locales sin previamente fortalecer sus capacidades.

son una muestra de organizaciones criminales enquistadas en el Estado. No es solo Junín. Son palmarios y emblemáticos los casos en Cajamarca, Áncash, Huánuco, Cusco o Madre de Dios. Han causado devastación inconmensurable. ¿Habría crecido el Perú al ritmo en que creció sin los miles de millones de dólares inyectados por el narcotráfico, la tala ilegal, la minería ilegal en Madre de Dios, el contrabando y el crimen en Puno?

El Estado Peruano decidió desentenderse de la salud y la educación, y delegó tan graves responsabilidades mediante una apresurada y demagógica regionalización. Abandonar a los niños de las escuelas públicas, sometiéndolos al Sutep y al Conare, escandalosamente apandillados con gobiernos regionales que aborrecen la competitividad y la meritocracia, es condenar al Perú al subdesarrollo.

Hoy suenan las alarmas. Estamos despertando. El primer paso es defender la institucionalidad y las libertades. El segundo es reconocer el imperativo de salir del fango y las arenas movedizas de la indolencia que nos trajeron hasta aquí.

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