“Nuestros representantes no solo deshonran los votos de sus electores, sino que desbaratan la naturaleza misma de la función pública con un ejercicio impropio e indigno”. (Foto: Archivo).
“Nuestros representantes no solo deshonran los votos de sus electores, sino que desbaratan la naturaleza misma de la función pública con un ejercicio impropio e indigno”. (Foto: Archivo).
Narescka Culqui

Los ciudadanos padecemos de agotamiento crónico. Vivimos marcados por la adversidad de una patria desigual y hace poco hemos sido desolados por una pandemia que aún no termina. Con desdicha, estamos tratando de llevar cuesta arriba al país. Pero una cosa es ser presas de un hecho inesperado sin precedentes y otra muy distinta es ser afectados por una crisis de ingobernabilidad ocasionada por la incapacidad permanente de nuestros políticos. Existe una lucha de fuerzas irracional entre el Ejecutivo y el Congreso. Ambos han venido disputándose el poder mientras crece la incertidumbre por el futuro del país.

En una esquina, está el presidente , que arribó al gobierno luego de una accidentada segunda vuelta y logró hacerse del sillón presidencial, más que por su performance y visión del país, por el antivoto que despertó su contrincante, . Para ese entonces, eran conocidas sus limitaciones; sin embargo, al menos se esperaba que con el acompañamiento de un equipo técnico pudiera avanzar en lo urgente. No obstante, después de seis meses y con cuatro gabinetes de la vergüenza (salvo excepciones individuales), Castillo ha hecho todo lo contrario: prescindir de la idoneidad en las designaciones del Ejecutivo y sucumbir a intereses subalternos.

No solo tenemos a un incapaz en Palacio, sino a un personaje que reproduce los males de la política más retrógrada: llegar al poder para desmantelar instituciones, instalar un sistema de cuotas y pago de favores, impulsar anti-reformas y vulnerar derechos. Hay sospechas de corrupción y tráfico de influencias en pocos meses. Castillo ha sometido al pueblo que tanto proclama defender al desgobierno y a la crisis permanente. Su responsabilidad funcional como mandatario, o si se quiere irresponsabilidad, es innegable.

En la otra esquina está el . Desde que inició este gobierno, distintas fuerzas políticas parlamentarias han tratado de dinamitarlo. Primero fue el fraude electoral y luego la vacancia, que hace unos días resonaba con más fuerza tras el desastroso desempeño de Castillo, los escándalos en el que está envuelto y su nula capacidad de autocrítica. El presidente estaba prácticamente subsistiendo a paso tambaleante.

Grupos de congresistas preparaban la artillería para sacar a Castillo a toda costa. No interesaba si se rompía el orden constitucional o el equilibrio de poderes. Su convicción democrática es endeble a sus propios intereses. Y con el mismo cinismo de Castillo, juegan en pared para traerse abajo reformas que les estorban, como la universitaria o la de transportes. Si algo tienen en común el Ejecutivo y el Congreso es que ambos son mercenarios políticos, cuyos intereses están por encima de cualquier atisbo de bien común. Y, por supuesto, para los ciudadanos, su gestión es igual de intrascendente.

Nuestros representantes no solo deshonran los votos de sus electores, sino que desbaratan la naturaleza misma de la función pública con un ejercicio impropio e indigno. Su triste papel en la historia política de este país origina repulsión. No en vano prefiere que se convoque a elecciones y que se vayan todos si el Gobierno de Castillo fenece. Y quizá sea esta una de las razones de la tregua pactada hace unos días entre ambos bandos. Frente al temor de irse y perder sus cuotas de poder, prefieren poner un alto al fuego y quedarse todos.

Esta tregua debería llevar al Ejecutivo y al Congreso a reflexionar sobre su accionar y priorizar políticas básicas a favor del país. Sin embargo, el contexto en el que se ha dado siembra desconfianza, pues más parece que se han aliado para sacar provecho de las “agendas” que comparten.

Ante tal escenario, es probable que la mayoría de los peruanos siga exigiendo que se vayan todos. Sin embargo, incluso de concretarse, esto no nos pondrá a salvo de políticos impresentables e incapaces mientras subsista la causa real del problema: la precaria institucionalidad de partidos políticos serviles a las mafias y corruptelas, que permite que un grupo de hienas, con las peores mañas, capture al Estado para luego devorarlo. A esa reforma es a la que debemos apuntar.