Pedro Castillo fracasó como presidente no solo por su carácter, sino también porque la peruana, a la que pertenece, no tiene un programa de gobierno claro.

La izquierda tuvo una ideología y un programa de acción claro hasta los años 80, cuando prometía que los medios de producción serían propiedad de los trabajadores. Cuando a finales de esa década se hizo evidente para todo el mundo que el intento de llevar ese ideal a la realidad generaba más injusticia social, la izquierda en el Perú no se volvió socialista al estilo europeo, o socialdemócrata. No abandonó la alucinada promesa de crear una nueva sociedad con un “nuevo” ser humano; tampoco optó por el lenguaje menos espectacular, pero más realista, de los cambios graduales, ni aceptó (como lo habían hecho los socialistas y los comunistas en Italia, Francia y España en el siglo XX) que sin empresas privadas no se ha logrado, hasta ahora, un país con salud y educación gratuitas y de calidad.

Cuando la izquierda peruana se quedó sin su idea más importante, a saber, la expropiación de los medios de producción, abandonó la tarea de mejorar sus propuestas de y, en vez de eso, se entregó al palabreo y a intentar crear un ambiente de agitación social permanente.

La izquierda centrada en la agitación es ejemplificada por Vladimir Cerrón y Guillermo Bermejo. Cerrón piensa que Lenin, Stalin, Castro y Chávez fueron buenos gobernantes. Uno se pregunta qué puede llevar a alguien a pensar eso, si nadie en su sano juicio aceptaría ser un ciudadano de a pie en la Cuba de Fidel Castro o la Venezuela de Chávez y Maduro. La respuesta es que solo quienes tienen la fantasía de ser los líderes, o comisarios, en ese tipo de “dictadura del pueblo” pueden presentar a esos regímenes como modelos de justicia. Por eso, esta izquierda especializada en la asonada dedica casi todo su tiempo a pensar cómo tomar el poder por la fuerza, pero muy poco a pensar las políticas públicas.

La otra tendencia en la izquierda es la que busca atarantar ya no en las calles, sino con las palabras. Creen, equivocadamente, que la política consiste en proferir eslóganes impactantes antes que en pensar y proponer leyes que la sociedad pueda discutir y poner a prueba.

Una asamblea constituyente como respuesta a los problemas actuales del país es un ejemplo de ese uso impresionista del lenguaje. Otro es lo que dicen con relación a la pobreza rural, que algunos consideran el principal problema en el Perú. Frente a esa cuestión, la izquierda habla de la fractura que tuvo lugar en nuestro país hace 500 años, en vez de sumergirse en el detalle de las acciones de gobierno que podrían cambiar esta situación. Por eso, la “Segunda Reforma Agraria” de Castillo es más un lema llamativo que un conjunto de acciones de gobierno. Para pensar cómo mejorar la situación de los campesinos peruanos, más útiles son las ideas de Richard Webb, Carolina Trivelli o Piero Ghezzi –autor de “El Estado Productivo”– que la cháchara pomposa e imprecisa de la izquierda.

Un izquierdista que tiene una ideología y un programa claro es el presidente Gabriel Boric, que ha dicho que busca para Chile un estado de bienestar, que es otro modo de referirse a la política de la socialdemocracia. Esa es una declaración ideológica nítida. Además, ha puesto en marcha una reforma de las AFP bajo un título más socialista de lo que en verdad es. Esta medida, que es un ejemplo de programa claro, deberá ser evaluada de acuerdo con el único criterio con el que se debe juzgar la acción de un gobierno: los resultados, no la belleza del eslogan. Solo el tiempo dirá si esa política pública mejora las jubilaciones de las personas de menores ingresos. Nadie lo puede saber por adelantado.

Castillo fracasó porque su flaqueza moral y su falta de preparación calzaban demasiado bien con una izquierda que no tiene programa. Sus promesas económicas en la campaña, como crear un “Estado socialista” e “interventor” y estatizar “sectores estratégicos”, son declaraciones impresionantes que nadie sabe cómo poner en práctica sin crear una crisis humanitaria. Su lado agitador se mostró tanto en la campaña como en su golpe de Estado, con sus palabras y sus actos contra el Poder Judicial.

Un 20% de peruanos vota y votará por la izquierda. Ellos merecen más que palabras huecas y agitación.

Carlos de la Puente Arbaiza es filósofo y psicoanalista

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