"Es obvio que si el candidato Castillo cree honestamente en los planteamientos antes referidos, le conviene al electorado saberlo, y si es de su propia boca mejor". (Foto: César Bueno / @photo.gec)
"Es obvio que si el candidato Castillo cree honestamente en los planteamientos antes referidos, le conviene al electorado saberlo, y si es de su propia boca mejor". (Foto: César Bueno / @photo.gec)
Rodrigo Murillo

No constituye una exageración afirmar que pocos candidatos en la historia del Perú, al menos en el plano de las segundas vueltas electorales, han tenido tareas más sencilla que la que, en su momento, se le presentó a . No solo por el altísimo antivoto que golpeaba a su rival, sino por la que pareció en principio una estrategia en extremo personalista por parte de Keiko Fujimori: reacia al establecimiento de frentes republicanos que resten, mediante la incorporación de rostros independientes, protagonismo al fujimorismo que tantos rechazan.

¿Y, sin embargo, cómo manejó este capital, este arranque privilegiado, el candidato de Chota? Nada menos que disparándose en los pies: con promesas tales como la desactivación de instituciones vitales para la ; planteando una hipotética autarquía rechazando las importaciones de las que dependemos tan necesariamente; insistiendo con las vías alternativas, cuando menos sui generis, cuando menos ilegítimas, para modificar la Constitución sin pasar por el Congreso; y firmando compromisos con partidos moderados, en teoría progresistas, los mismos que a la postre contradecía en sendas entrevistas con la prensa.

Hay algo, no obstante, que debe destacarse a todo lo dicho anteriormente, pues es obvio que si el candidato Castillo cree honestamente en los planteamientos antes referidos, le conviene al electorado saberlo, y si es de su propia boca mejor. Lo que es inadmisible son los dejos autoritarios y machistas con los que ha venido ordenando a su rival presentarse en su barrio o después en cárceles cerradas a las visitas por la pandemia o incluso lindando con la ridiculez al proponer un debate en compañía de padres e hijos, para conceder aquello que constituye realmente un derecho del elector, más que una dádiva o privilegio de los candidatos: la confrontación directa de las ideas en debates debidamente organizados para todo el país por un ente neutral.

Y es que podremos estar de acuerdo en que llegó a donde está en contra de la voluntad de casi todos los peruanos, y que ha decidido implementar una estrategia recurriendo al núcleo duro de sus cuadros tradicionales; pero también es verdad que en la materia de los debates se ha mostrado mucho más proactiva que Pedro Castillo, encajando los insultos velados con que este pretendió estigmatizarla como presidiaria, y encontrándolo ahí donde lo ordenó. Un comportamiento que podríamos catalogar como democrático, constructivo. Ahora bien: ¿este comportamiento recibió una respuesta equitativa de su rival? ¿Un trato respetuoso acorde con el respeto a la igualdad que debe imperar entre los hombres y mujeres del Perú? Esta es una interrogante sensible, que debe invitarnos a la reflexión.

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