Solo en épocas electorales tenemos presente el concepto de “empate estadístico”. Ha llegado el momento de usarlo en una coyuntura no electoral para aclarar una reciente noticia: la pobreza en el Perú no ha cambiado en este último año. No, al menos, en la mayor parte del país. Las cifras aportadas por el INEI muestran un empate estadístico entre el 2016 y el 2017, con una gran excepción: en Lima Metropolitana sí se ha observado un incremento. Como la capital es tan grande, esto ha arrastrado las cifras de todo el país.
He ahí la nueva realidad de la pobreza peruana: ahora tenemos más pobres urbanos que rurales. De los 7 millones de pobres que hay en el país, 3,2 millones están en el campo y 3,8 millones en la ciudad; y 1,4 millones de ellos en Lima. Nuestra capital, de hecho, tiene tantos pobres como la suma de las poblaciones de Arequipa y Trujillo.
Una clave para comprender por qué aumentó el número de pobres en Lima es la caída del empleo. Las estadísticas de la Encuesta Permanente de Empleo del INEI muestran que durante el 2017 el empleo cayó en la capital. Dado que el 80% de los ingresos de las familias peruanas se obtiene trabajando, el impacto ha sido directo. Pero aquí una señal de alerta: durante el primer trimestre del 2018, el empleo ha seguido cayendo y con más fuerza. Si no se toman acciones correctivas, lo más probable es que la pobreza siga subiendo.
Es urgente dinamizar los mercados de trabajo. Ojalá que las autoridades abandonen los enfoques proteccionistas del empleo que, pese a estar muy bien intencionados, han demostrado ser contraproducentes. Jean Tirole, premio Nobel de Economía, hace pocos meses lo dijo con claridad en la reunión anual de economistas latinoamericanos (Lacea): “Hay que proteger a los trabajadores, no a los empleos”.
Proteger a los trabajadores es dotarlos de mejores herramientas para enfrentar el mundo del trabajo. Para esto, darles capacitación laboral y brindarles información sobre dónde están las oportunidades laborales ya han demostrado que son estrategias efectivas. Pero la evidencia también dice que esto no será suficiente. Es aquí donde la articulación pasa a ser un concepto clave.
Los trabajadores serán más productivos si cuentan con espacios donde dejar a sus hijos menores (Cuna Más), saben que sus hogares están a salvo del crimen y la violencia (Barrio Seguro) y pueden movilizarse de sus casas a sus trabajos en menor tiempo y con menor estrés (líneas del metro y políticas de transporte público). A esto hay que sumar políticas de generación de empleo (diversificación productiva).
Así como he señalado lo que ha probado funcionar, señalaré también algo que algunos voluntariosos empujan, pero que ya ha probado no funcionar: los emprendimientos. La estrategia de convertirnos en un “país de emprendedores”, no solo es ineficaz para combatir la pobreza, sino que tiene impactos negativos en nuestra productividad agregada. Para los hogares pobres –hoy foco de nuestra atención–, es mejor el empleo dependiente con menos incertidumbres. Pero la dinamización del empleo tampoco será la solución para todos. Algunos hogares requerirán de nuestra solidaridad para salir de la pobreza. Para un conjunto importante de hogares las carencias son tan profundas que se requiere mayor apoyo. Además, donde la pobreza se transmite de padres a hijos, es necesario quebrar esta condición. Ahí las transferencias directas de dinero a los hogares son exitosas.
Nuevamente en la línea de señalar también lo que no funciona, la evidencia internacional es clara: es mejor transferir dinero que bienes o servicios. Aquí merece mención el programa Vaso de Leche. Es hora de eliminar este programa tan clientelista e inefectivo. Por problemas en su diseño, termina convirtiéndose en un espacio presto a corruptelas, está mal focalizado y sufre severas filtraciones.
Una parte importante de lo mencionado aquí ya está en pilotos y documentos de política pública. La estrategia Prospera del Midis recoge varios de estos puntos. Es importante implementarla y escalarla. ¿Por qué no ha sucedido? Probablemente una explicación esté en la importancia que los dos últimos gobiernos le han dado al Midis. Hay un contraste muy claro.
En los cinco años del gobierno anterior tuvimos tres ministras, todas con trayectorias de alcance nacional e internacional en estos temas. En los dos años que lleva el gobierno actual, ya vamos por la cuarta ministra, y no siempre la cartera ha sido asumida por alguien con una trayectoria destacada. El Midis fue creado con sólidas capacidades técnicas que, en gran medida, aún se mantienen en la institución. Pero comenzar “desde cero” en cada cambio ministerial ha pasado factura.
Como puede notarse, el reto requiere del concurso de varios sectores y varios niveles de gobierno. Se necesita además una dosis de estabilidad y continuidad. Durante décadas, el país ha dedicado enormes esfuerzos a combatir la pobreza rural y aún hay un largo camino por delante. Pero es hora también de poner igual o mayor énfasis en la pobreza urbana.