“Esto va para el Perú entero. Yo sé que más de 30 millones de peruanos me están escuchando y el saludo va para ellos. Estoy agradecida a todo el pueblo peruano y a mi provincia, Junín”, subrayó Gladys Tejeda al ganar la medalla de oro en Toronto. El apabullante triunfo de una mujer cuya fuerza de voluntad la ayudó a remontar una vida de pobreza y adversidad da cuenta de un Perú pujante al cual no se le ha otorgado el lugar que merece. Nuestra campeona panamericana, nacida y criada en el Ande, representa a una república del trabajo cuyo esfuerzo cotidiano no aparece –salvo honrosas excepciones– en los titulares de los periódicos. La explotación, la ausencia de apoyo estatal y más recientemente la ola de delincuencia mellan el esfuerzo de los verdaderos constructores del Perú. Sin embargo, la frase de la madre de Tejeda evaluando la trayectoria de su hija (“Hay que terminar lo que estamos haciendo”) rescata la perseverancia de los que con su trabajo silencioso sostienen una república que se acerca al bicentenario de su vida independiente.
La idea de conectar trabajo y republicanismo surgió durante el proceso de la emancipación. La noción –que era funcional a un proyecto que cuestionaba los privilegios de la aristocracia virreinal– fue discutida por los redactores del “Mercurio Peruano”, aflorando en cada crisis económica del siglo XIX. En 1852, el liberal arequipeño José Simeón Tejeda afirmó que el ejército que valía en una república era el de “la totalidad de sus hombres ocupados”. En 1856, Juan Espinosa –autor del “Diccionario Republicano”– definió al trabajo como una bendición, “el origen de todos los conocimientos humanos, de toda prosperidad”, el único capaz de hacer vivir al hombre en paz y en armonía. El peso económico de la nación descansaba, de acuerdo con Espinosa, sobre los hombros de las clases trabajadoras, las que no eran conscientes de su verdadero poder político. Durante el siglo XX, tanto el Apra como los partidos de izquierda cortejaron a los hombres y mujeres de trabajo pero obviaron, por cuestiones ideológicas, aquella poderosa relación con la república primigenia.
La carrera de fondo en el Perú la vienen corriendo esos millones de peruanos y peruanas anónimos que se levantan al alba para ganar su sustento y el de sus familias. Porque conmueve acudir a un mercado limeño o provinciano y encontrar una variedad de frutas y verduras artísticamente arregladas mientras a unos pasos reina el caos vehicular y una criminalidad rampante. Pequeños islotes de trabajo duro y honrado pugnando en un mar plagado de ineptitud, corrupción y ambición desenfrenada. La energía invertida por millones de peruanos dilapidada diariamente por un Estado que no es capaz de ordenar el transporte urbano y mucho menos evitar que los hijos y las alpacas de los pastores puneños se mueran de frío.
Indigna leer sobre los accidentes que ensangrientan nuestras calles y carreteras, sobre los cupos y extorsiones impuestas a los pequeños negocios o sobre la huida del ‘empresario’ que defraudó al fisco. Jueces que no administran justicia, congresistas que representan sus propios intereses o grandes empresas que no pagan los impuestos que adeudan al Estado sabotean, sistemáticamente, el esfuerzo de la república del trabajo. A ella va mi saludo por Fiestas Patrias y a ella mis deseos porque tengamos muy pronto el gobierno que nos merecemos.