Paul Keller

De todo el debate en torno a la publicación de “”, las memorias del , una cosa es segura: este relato del “miembro de la realeza que se escapó” y de los sufrimientos que padeció dentro de la “jaula dorada” de la vida real es una granada de mano de 412 páginas lanzada contra la institución de la monarquía británica.

Desde su publicación, la prensa ha publicado infinidad de reportajes sobre las sensacionales revelaciones del príncipe Harry tras bastidores. La autobiografía del segundo hijo del rey Carlos, redactada por un escritor fantasma, ha proporcionado a los lectores –incluido este corresponsal– una visión asombrosa de la vida de un alto miembro de la familia real británica (hemos tenido que soportar relatos terriblemente íntimos sobre cómo perdió la virginidad con una mujer mayor).

Pero, sobre todo, el libro es un intento de explicarles a su padre y a su hermano mayor, William, por qué abandonó Gran Bretaña para irse a Estados Unidos. Sus razones dejan al descubierto la profundidad de su rivalidad con ‘Willy’, que por nacimiento redujo al príncipe Harry a lo que él considera el humillante papel de “repuesto”, un apoyo para el heredero al trono. A pesar de lo absorbente que resulta el libro en algunos momentos, es imposible no escuchar las desdichadas historias del príncipe Harry como las quejas de un individuo autocompasivo que se negó a someterse a una vida de servicio y abnegación, cualidades ejemplificadas por su abuela, la reina Isabel II. En una parte del libro se refiere a la monarquía como un “culto a la muerte” y al castillo de Windsor como una “tumba”. A veces, el libro parece el diario de terapia de alguien que ha escapado de un culto exótico.

Así que, quitando los ataques totalmente comprensibles a la prensa británica que invadió su privacidad y arruinó su vida –su madre, la princesa Diana, murió en un accidente de auto perseguida por paparazzi cuando el príncipe Harry tenía 12 años–, lo que queda es su resentimiento malhumorado hacia los altos miembros de la familia real, incluida la reina consorte Camila, que, según él, han informado a la prensa para protegerse a sí mismos, mientras colaboraban en historias que criticaban al príncipe Harry y a su esposa Meghan Markle. Para el príncipe Harry, la monarquía se ha dejado infiltrar por la bestia que mató a su madre y que amenaza con destruir la propia institución. Irónicamente, esto es precisamente lo que intenta hacer el libro del príncipe Harry.

Entonces, ¿hasta qué punto son perjudiciales estos ataques a una institución milenaria que recientemente ha sufrido la pérdida de su integrante más preciada y de mayor confianza, la reina Isabel? La respuesta corta es que el daño es limitado, aunque sin duda reaviva un debate de larga duración sobre la relevancia de la monarquía en el mundo moderno. Tanto el rey Carlos como el príncipe Guillermo se han negado a responder a las acusaciones, lo que de por sí crea un enorme desequilibrio en el debate. Los ataques de Harry a su propia familia parecen ingenuos, poco meditados y, en última instancia, autodestructivos. No acabarán por sí solos con la monarquía. Sin embargo, representan el ataque más incendiario contra la institución desde que se publicaron los relatos de la guerra de la princesa Diana con la familia real durante su divorcio del entonces príncipe Carlos.

Para los británicos de mentalidad republicana –que siguen siendo una minoría–, “Spare” los reafirma en la creencia de que la monarquía está obsoleta y oprime el alma de quienes la sirven, por lo que debe desaparecer. Para ellos, el angustiado relato del príncipe Harry sobre cómo su familia no supo acoger a su esposa mestiza estadounidense, Meghan Markle, es prueba suficiente de que la monarquía británica necesita modernizarse, deshaciéndose de lo que Harry denomina –sin producir ninguna evidencia concreta– su parcialidad inconsciente.

Sin embargo, la mayoría de los británicos se han tomado el libro del príncipe Harry como una afrenta personal a una institución que representa la continuidad: la continuación de una tradición sagrada milenaria que reconforta y a la vez proporciona un amortiguador necesario entre el gobierno electo y sus ciudadanos. Sus acusaciones contra miembros de su propia familia y, con mayor vehemencia, contra la odiada prensa británica, duelen tanto más en cuanto proceden de California, el corazón de la cultura liberal estadounidense, el lugar al que se han retirado el príncipe Harry y su familia.

En una de las muchas entrevistas que siguieron a la publicación de “Spare”, el príncipe Harry confesó que todavía cree que hay un lugar para la monarquía en Gran Bretaña, si no es “como es ahora”. Dijo que no intentaba “derrumbar” a la monarquía, sino, más bien, salvar a sus miembros –su propia familia– “de sí mismos”. Y calificó de “complicados” sus propios sentimientos hacia la monarquía.

Sin embargo, ese no es el mensaje del libro: en él, el príncipe Harry afirma buscar la reconciliación con su padre y su hermano, al tiempo que obliga al público a tomar partido. Irónicamente, aún puede convertirse en portavoz involuntario de quienes pretenden criticar a la monarquía británica. Mientras tanto, se dice que su esposa, Meghan, está preparando su propio libro.

Paul Keller es excorresponsal de la BBC