ARMANDO NIETO VÉLEZ S.J.
-Historiador-
El “Boletín de la Guerra del Pacífico” fue publicado por el Ministerio de Guerra chileno entre el 14 de abril de 1879 y el 16 de mayo de 1881. Alcanza un total de 1.068 páginas, de 30 x 22 cm. Se trata de una fuente primaria, de documentación oficial y de transcripción de artículos de periódicos alusivos a la guerra. La mención del comandante y luego almirante Grau es frecuente a partir del Combate de Iquique.
No obstante la generosa acción de Grau de ordenar el rescate de los náufragos de la Esmeralda, el editorial del “Boletín” del 24 de junio de 1879 afirma en tono triunfalista: “Y mientras los nombres de Grau y Moore pasarán con tristes sombras a la historia, Prat, Condell, Serrano se destacarán con el relieve de los héroes que la humanidad alza en su justicia hasta la inmortalidad”.
En cambio, elogia el gesto de Grau de remitir a Carmela Carvajal de Prat una carta de condolencia y el envío de objetos del marino chileno: “El señor Grau –dice el ‘Boletín’– que habría podido conservar esos trofeos de su victoria, los ha enviado a la esposa y a los hijos de Prat, conquistándose así la gratitud de esa viuda y esos huérfanos y el respeto de cuantos vemos con satisfacción devuelta a Chile la pura y gloriosa espada del comandante de la “Esmeralda”.
Merece citarse, acerca del trato que recibieron en Iquique los náufragos de la corbeta chilena, la carta del vicecónsul británico, Mauricio Jewell, publicada en el “Boletín”: “Se expresan bien [los náufragos] sobre la manera con que se les trata. Se les permite vino, cigarros, cerveza y se les ha suministrado a cada uno colchón, ropa de cama, ropa interior, zapatos y trajes. Todos estos gastos son hechos por el Gobierno Peruano. Sus cartas llegan y son remitidas con entera libertad. He entrado en estos pequeños detalles, porque si existe en Chile la impresión de que ellos no son bien tratados, creo que esto debe ser contradicho. Hablando con toda imparcialidad, creo que los peruanos en su trato a los prisioneros de guerra dan un ejemplo que puede darles crédito ante cualquier nación”.
El número 18 del “Boletín”, del 20 de octubre de 1879, tiene 31 páginas y versa, todo él, sobre el Combate de Punta Angamos. Telegramas, cablegramas, artículos, felicitaciones, celebraciones, muestran el júbilo desbordante de la victoria. Se aprecia también que, en un primer momento, las noticias del combate que llegaron a Mejillones en la mañana del 8 suponen que Grau vive y se ha rendido.
Pocos minutos después se confirmará la muerte del almirante. Entre esos dos momentos los periodistas han escrito sus despachos e impresiones. Tenemos el caso del editorial de “Las Novedades”: “El contralmirante Grau es a estas horas nuestro prisionero de guerra; pronto pisará las playas en que antes se mojaba la quilla de su corcel de fuego y de espanto, trayendo en la maleta de sus desencantos el estandarte de las señoras de Trujillo, el álbum de la admiración argentina, las medallas del entusiasmo peruano y el decreto de su exaltación al primer puesto de la Marina de su país”. Al final de ese artículo se añade lo siguiente: “Son las cinco de la tarde y en este momento se nos asegura que partes llegados al gobierno dan la triste noticia de la muerte del contraalmirante Grau, el segundo y tercer comandante, ocurridas durante el combate. Grau ha muerto en el campo del honor; ha dejado en la demanda su vida, y ante esta consideración, el respeto es nuestro primer sentimiento. Ante una tumba que se abre y sobre cuya losa cae una hoja de laurel, las almas capaces de comprender la inmolación de una existencia, se descubren y pasan. No nos equivocábamos cuando sosteníamos que Grau no podía rendirse. Nos felicitamos. Para el Perú, Prat continúa siendo un ser vulgar. Para Chile, Grau merece las consideraciones de un valiente. Esta es la línea que separa a Chile del Perú”.
El editorial de “El Mercurio” del día 9 expresa: “Noble Arturo Prat, ¡Estás vengado! Tu sombra ha debido aparecerse aterradora sobre la cubierta del Huáscar al izar este la bandera de rendición. ¡Terrible espectro! Pero Grau no estaba allí; la muerte fue generosa con él, ahorrándole ese tormento. Piedad para su nombre, murmuran nuestros labios; se la dará Chile, y es seguro que cuando celebre mañana el triunfo de Angamos, una lágrima amargará los cánticos de gozo”.
Los ministros chilenos Santa María, Amunátegui, Matte y Gandarillas ordenaron al marino Galvarino Riveros, comandante del Blanco: “Según la relación de usted, el almirante Grau ha muerto valientemente en el combate. Cuide usted que su cadáver sea dignamente sepultado, de manera que jamás se dude de su autenticidad. Será devuelto al Perú cuando lo reclame. El pueblo, obedeciendo sus tradiciones, se hace un deber en prestar homenaje al valor y a la honradez”.
Manuel Aguirre, cirujano del Cochrane, que abordó el monitor después del combate a las 10:55 a.m., hace una vívida descripción del estado del Huáscar. “Una vez en él vimos cuadros horribles; mezclados con los destrozos del buque se veía multitud de cadáveres y de moribundos que exhalaban sus últimos quejidos. La cubierta, tapizada de sangre y restos humanos. La cámara del comandante y la de oficiales, que era la de cirugía, completamente destrozada y llena de heridos […]. Del comandante Grau solo nos fue posible encontrar una pierna y una botamanga de la levita. Bajaban su cadáver de la torre cuando una bomba lo hizo desaparecer junto con los que lo conducían. Su ropa, espada, charreteras, etc., fueron puestas en manos del jefe de la escuadra”.
El 12 de octubre se le ofreció en Antofagasta un espléndido recibimiento a Juan José Latorre, comandante del Cochrane. Un redactor del “Boletín” describe así un aspecto del homenaje: “Si todos los habitantes de este pueblo han celebrado con entusiasmo, que ha rayado en delirio, la toma del Huáscar, así también ha causado en todos ellos un verdadero sentimiento la muerte del valiente y caballeresco Grau, pues no hay una sola persona que no haya reconocido en él al marino inteligente y digno, y al caballero educado y cumplido. Sinceramente damos a nuestros enemigos el pésame por esta gran desgracia”.
Bajo el título “¡Victoria!”, el escritor Zorobabel Rodríguez publicó en “El Independiente” un artículo antiperuano, y a manera de posdata escribe: “Después de escrito lo anterior, hemos visto el parte telegráfico oficial del jefe de nuestra escuadra, señor don Galvarino Riveros, y él ha confirmado nuestras presunciones respecto a la porfiada resistencia del Huáscar. Creemos hacernos intérpretes de los sentimientos de este noble país, manifestando la dolorosa impresión que nos ha causado la muerte del hábil y caballeroso comandante del blindado peruano, que, en cumplimiento de su deber, ha sucumbido batiéndose con un valor digno de mejor causa. El contralmirante Grau era un adversario digno de medirse con los que han tenido la fortuna de vencerlo: Riveros y Latorre, haciéndole cumplida justicia, se honran a sí mismos y honran al país cuya bandera han sabido llevar a la victoria”.
Con similares sentimientos que el anterior, pero también con pareja ambigüedad, escribe el periodista Augusto Ramírez Sosa: “Miguel Grau –la primera gloria del Perú, el héroe de las 100 medallas, el osado aventurero que había confiado a la audacia o a la casualidad la salud de su patria– había caído también combatiendo como leal y como bueno al pie de su bandera. El héroe de Iquique, Arturo Prat, estaba vengado.
Sencillamente afortunado o valiente en realidad, Grau era considerado entre nosotros como un héroe de honor. No intentemos igualar a Grau con Arturo Prat: el capitán de la Esmeralda no puede ser comparado con nadie. Pero sí creemos, y lo diremos siempre, que el capitán del Huáscar ha muerto cumpliendo con su deber. Grau, prisionero, habría encontrado entre nosotros el aprecio y la más franca hospitalidad. Grau muerto hallará entre todos los chilenos el más profundo respeto. Chile será siempre Chile”.