El lenguaje político no solo es equívoco sino frecuentemente equivocado. Ciertos términos, como ‘liberal’ o ‘conservador’, se aplican, sin análisis, a quienes representan lo contrario. Afirmar que Margaret Thatcher fue ultraconservadora indica solo un ánimo descalificador. Si alguien hizo lo posible para que el orden que le tocó vivir cambiase radicalmente, fue precisamente ella.
Al cumplirse 90 años de su nacimiento, y dos y medio de su fallecimiento, cabe recordar las principales notas de su trayectoria, más allá de haber sido la primera –y hasta ahora la única– mujer en ejercer como primera ministra del Reino Unido y quien más tiempo lo hizo durante el siglo XX. Como no resulta posible compendiar aquí sus realizaciones, indicaremos algunos de sus rasgos más sólidos.
Thatcher tuvo muy claro el papel que cabe esperar del gobierno y de la sociedad. Cuando la gente tiene un problema y reclama una solución al gobierno, arroja ese problema a la sociedad. Pero ¿quién es la sociedad?, se preguntaba, pues una abstracción no es real. Lo que hay –decía Thatcher– son hombres, mujeres y familias independientes, y un gobierno no puede hacer nada sino a través de la gente, que primero tiene que cuidar de sí misma, y luchar por sí misma, con conciencia de sus derechos y obligaciones.
Por ello, se propuso acotar el campo de acción estatal y ampliar el de la ciudadanía a través de un ambicioso programa privatizador que abría camino a la libre iniciativa en las empresas públicas, en la educación y en las actividades de apoyo social. Inició la desregulación (cada regulación es una restricción de la libertad y cuesta, señalaba) y la flexibilización del mercado laboral. Terminó con los controles de cambio y abordó un propósito de profunda transformación económica y social.
Sus ideas eran claras, certeras y contundentes. Como afirmar que no existe libertad a menos que haya libertad económica o como señalar que crimen es crimen y nada hay en ello de político –al discutirse el carácter de presos políticos a los subversivos irlandeses–.
Thatcher supo anteponer los principios al beneficio político, y lo hizo con singular firmeza y fortaleza. Su apodo, ‘Dama de Hierro’, es suficientemente elocuente. Sus convicciones y su obstinada firmeza configuraron todo un estilo político, bautizado como ‘thatcherismo’, con el que ha pasado a la historia.
Para ella, la misión de los políticos no es gustar a todo el mundo. En lugar de estar dispuestos a transigir sobre cualquier cosa a cualquier precio, deben obligarse a hacer lo correcto e importante como único camino a la verdadera satisfacción política.
Finalmente, hay dos clases de políticos: quienes buscan un efecto inmediato en las siguientes elecciones y quienes construyen propuestas que trascienden incluso sus propias vidas. Thatcher, sin duda, era parte del segundo grupo. Sus ideas no solo dieron una nueva fisonomía a su partido, sino que influyeron incluso en el programa de la oposición.
Paradójicamente, su vida pública acabó por una conspiración dentro de su propio partido. Churchill decía: “Nuestros adversarios están enfrente; nuestros enemigos, atrás”, en alusión a la ubicación de las bancadas partidarias en el Parlamento. Una vez más, una traición interna acabó con una trayectoria pública digna en un país admirable.