Tropezando con Montesinos, por Fernando Rospigliosi
Tropezando con Montesinos, por Fernando Rospigliosi
Fernando Rospigliosi

Parece que el deporte favorito del fujimorismo es tropezar una y otra vez con la misma piedra. La piedra llamada Montesinos.

Esta vez, el congresista Luis Galarreta, vocero de la bancada mayoritaria en el Congreso, se ha enredado en una absurda justificación respecto al nefasto papel de Vladimiro Montesinos durante la década de 1990. Ha sostenido con enorme desparpajo varias falsedades.

En “Sin medias tintas” dijo que “Montesinos aparece casi a la mitad del gobierno” de Alberto Fujimori (Frecuencia Latina, 31/10/16). Y luego afirmó que “los manejos que tuvo Montesinos ya vinieron a posteriori en temas políticos”. (“Correo”, 1/11/16).
En verdad Montesinos empezó a ejercer el poder, al más alto nivel, el mismo día que Fujimori juró como presidente, el 28 de julio de 1990. En mi libro “Montesinos y las Fuerzas Armadas. Cómo controló durante una década las instituciones militares” (IEP, 2000), describo lo que ocurrió ese día en el Ministerio de Defensa, tal como me lo relató un testigo presencial.

Esa tarde llegó Montesinos “con un legajo bajo el brazo conteniendo varias resoluciones, entre otras la que destituía al almirante Alfonso Panizo de la Comandancia General de la Marina y de la Presidencia del Comando Conjunto” de las FF.AA. También removió al general EP Jaime Salinas Sedó de la jefatura de la II Región Militar, la más poderosa del país.

El pretexto fue que Panizo era “vargasllosista” y Salinas “apristón”. En realidad, era el inicio de sus maniobras para controlar las FF.AA. que serían su base principal de poder para dominar el Estado.

Hace un par de días, el 3 de noviembre, se conmemoró un cuarto de siglo de la masacre de Barrios Altos, en 1991. Montesinos y otros están sentenciados por esa matanza en la que fueron asesinadas a sangre fría 15 personas desarmadas, incluyendo un niño de 8 años. En ese momento el ‘Doc’ ya controlaba un escuadrón de la muerte de militares en actividad, el grupo Colina. 

¿Así es que Montesinos empezó a operar a mediados del gobierno de Fujimori y solo en temas políticos?

En suma, en lugar de responder a las punzantes críticas del oficialismo diciendo algo así como “rechazamos ese pasado corrupto, no se volverá a repetir”, tratan de justificar lo injustificable.

Otro punto débil del fujimorismo, que está siendo profusamente utilizado por sus adversarios, son las declaraciones de Keiko Fujimori durante la campaña electoral en relación a los directores del Banco Central de Reserva. Ella dijo que “tienen que ser personas no del partido, y tienen que ser personas independientes”. (“Panorama”, 24/4/16). Sin discutir las calidades de los tres directores nombrados por la mayoría fujimorista del Congreso, es evidente que no ha cumplido con esa promesa electoral.

La justificación ensayada por Galarreta es de antología: “Keiko dijo que miembros de BCR no serían fujimoristas solo si era presidenta”. Pero “como eso no ocurrió, y no fue elegida presidenta, entonces no tendría por qué cumplir con ese ofrecimiento” (“Exitosa”, 2/11/16).

¿Así es que el hecho de haber perdido la libera de sus promesas electorales? Por supuesto que no. Todos sabemos que los políticos hacen ofertas que no cumplen, pero no pueden argumentar que como no ganaron la presidencia se zurran en sus compromisos.

El asunto es que este tema golpea al fujimorismo en un flanco en el que es muy débil, el copar las instituciones con personas adictas. En efecto, en la década de 1990 eso ocurrió en todas las organizaciones del Estado, desde las Fuerzas Armadas a la ONPE, desde el Ministerio Público a la policía y el Poder Judicial. Con un poco más de sensibilidad política hubieran podido evitar el tropezón.

El resultado de estos y otros errores del fujimorismo en los últimos meses es su descenso en las encuestas. Keiko Fujimori ha caído de 44% en agosto a 38% en octubre, de acuerdo con Ipsos. En octubre GfK registra que la presidenta del Congreso ahora es aprobada solo por el 36% y desaprobada por el 40%.

En síntesis, el fujimorismo –para deleite de sus adversarios– no está haciendo lo que necesita para vencer las resistencias que le impidieron ganar en el 2011 y el 2016. Al contrario, está reforzando sus estigmas y, por tanto, evitando disolver el muy fuerte obstáculo del antifujimorismo.