El presidente Trump ha eliminado de un plumazo una de las medidas más importantes para la reducción de la pobreza que habría sido promulgada en esta década.
Las negociaciones en torno al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) se prolongaron por un lustro y fue suscrito por países que representan el 40% de la economía mundial. Si bien el acuerdo estaba ya en punto muerto, debido a la falta de apoyo del Congreso, la orden ejecutiva del presidente Trump retirando la participación de EE.UU. envía una señal muy clara sobre su visión en torno a la política en materia de comercio exterior.
Respaldado por los presidentes Obama y George W. Bush, el TPP hubiese sido tremendamente positivo tanto para EE.UU. como para el resto del mundo.
Cada país participante en el TPP, incluido EE.UU., hubiese incrementado su producto bruto interno (PBI) en alrededor del 0,42%, según un estudio realizado por el Consenso de Copenhague. El acuerdo habría incrementado el PBI mundial en un 0,22%.
El estudio también muestra que los beneficios hubiesen sido al menos 800 veces más altos que los costos. Más aun, los beneficios para los países en desarrollo hubiesen sido al menos 1.800 veces mayores y esta cifra posiblemente hubiera aumentado hasta 3.300.
Trump pone de manifiesto su reacción contra el libre comercio de forma más enérgica en EE.UU., pero esta idea es compartida por votantes y políticos alrededor del mundo. Por supuesto, hay costos reales derivados de los acuerdos de libre comercio. Algunas personas pierden su trabajo y algunas de ellas tienen dificultades para encontrar otro empleo. Otro reciente estudio plantea que el libre comercio aumenta la desigualdad de ingresos y el costo de la redistribución podría erosionar más del 20% de las ganancias.
Lo que esto nos indica es que debemos estar dispuestos a gastar, en cada región, el 20% de los beneficios comerciales para ayudar a aquellos que han salido perdiendo tras este tipo de acuerdos, mediante formación profesional y políticas de bienestar social transitorias, con el fin de reducir los riesgos. Pero también muestra que el 80% de los beneficios permanecen. En la práctica, las políticas aislacionistas echan todo esto por la borda.
Por supuesto, las empresas que desarrollan productos menos efectivos pueden salir ganando con las restricciones comerciales, al igual que los empleados de estas compañías. Pero la verdad es que casi todo el mundo puede salir perdiendo cuando no producimos donde somos más eficaces.
En EE.UU. la clase media gana más de una cuarta parte de su capacidad de compra debido al comercio internacional. Es decir, gracias al comercio exterior, la clase media estadounidense puede comprar un 29% más por cada dólar, lo que no sería posible si no existieran intercambios comerciales con el extranjero. El efecto es aún mayor –62%– para la décima parte más pobre de los consumidores.
Una mayor globalización de la economía también reduce la mortalidad infantil y aumenta la esperanza de vida, debido al aumento de ingresos y a una mejor información. El libre comercio es beneficioso para el medio ambiente: un aumento de los ingresos tiene como consecuencia una mejor tecnología y regulaciones más estrictas, lo que a su vez reduce la contaminación. En total, estudios han demostrado que un aumento del 10% en los ingresos globales supone un 10% menos de contaminación. El libre comercio también ha demostrado que crea más puestos de trabajo para mujeres, menor discriminación y mejores condiciones de derechos humanos.
Y a pesar de la retórica de los políticos, en realidad el comercio exterior hace que los exportadores sean más fuertes, más eficientes y más productivos. Estos beneficios son compartidos también por los trabajadores: el Consejo de Asesores Económicos concluyó que, como promedio, las industrias estadounidenses de exportación intensiva pagan a los trabajadores hasta un 18% más que las no exportadoras.
El mayor fallo en el TPP era que no iba lo suficientemente lejos. Una forma aun más poderosa de ayudar al mundo hubiese sido un acuerdo comercial verdaderamente global, que incorporara a todo el planeta.
Esto reduciría la cifra de personas que viven en la pobreza hasta la sorprendente cifra de 145 millones en 15 años, según un estudio encargado por el Centro de Consenso de Copenhague. Se conseguiría que el mundo fuera 11 billones de dólares más rico cada año para el 2030. El aumento de la riqueza sería equivalente a un extra de 1.000 dólares anuales por cada persona en el mundo en vías de desarrollo para el año 2030. No hay otra política en el planeta que pueda lograr nada parecido.
Sin EE.UU. no puede haber acuerdos comerciales verdaderamente globales. Esto, sin duda, supone una verdadera tragedia para el planeta.