En el Perú de los olvidos es oportuno recordar que el 17 de febrero de 1995 se iniciaron los cuatro años de negociaciones que nos llevaron a la paz definitiva con Ecuador. La Declaración de Paz de Itamaraty puso fin a la llamada Guerra del Cenepa y abrió el largo camino que culminó con los Acuerdos de Brasilia, el 26 de octubre de 1998.
Fue un conflicto bélico que logramos controlar para evitar una guerra total. Se libró en ese valle casi inaccesible al sur de la Cordillera del Cóndor, rica en yacimientos de oro y escenario de choques fronterizos frecuentes entre patrullas armadas. La cordillera es una importante referencia de la delimitación acordada en el Protocolo de Río de Janeiro, que por la renuencia de Ecuador no pudo ser totalmente demarcada después de su firma, el 29 de enero de 1942. Se convirtió así en la zona preferida de sus infiltraciones para demostrar la subsistencia de un problema territorial que el Perú consideraba resuelto.
La confrontación bélica previa (enero/febrero 1981) fue por el puesto de vigilancia “Falso Paquisha” que Ecuador instaló en territorio peruano. A pesar de la expulsión de los infiltrados la disputa terminó en el foro de la OEA, sin que nuestra victoria militar tuviera el correlato de una victoria diplomática que liquidara las sempiternas reclamaciones del vecino.
Los esfuerzos posteriores en pos de una sana convivencia naufragaron por la propuesta que Ecuador planteó en la Asamblea General de las Naciones Unidas para llevar nuestro desacuerdo a un arbitraje del Papa.
Paradójicamente, el enfriamiento de la relación comenzó a superarse gracias a que la diplomacia presidencial acordó una invitación que abrió la puerta de la primera visita oficial de un presidente peruano a Quito. Para aprovechar esa oportunidad histórica trabajamos intensamente la propuesta integral del amplio acuerdo bilateral que el presidente Fujimori presentó en una sesión solemne del Congreso ecuatoriano, planteando un conjunto de mecanismos eficaces de cooperación en base al Protocolo de Río de Janeiro.
La multitudinaria y efusiva recepción popular a Fujimori evidenció el sentir ciudadano a favor de un acuerdo amistoso y definitivo, lo que se confirmó en otras visitas informales del mandatario al Ecuador y en las encuestas de la consultora Informe Confidencial que divulgué cuando fui Embajador en Quito.
El sucesor del presidente Rodrigo Borja, Sixto Durán Ballén, fue invitado a visitar oficialmente el Perú, en reciprocidad. Pero la Declaración Conjunta que comenzamos a elaborar para que los presidentes emitieran en Lima tropezó con demandas ecuatorianas inaceptables que suspendieron los preparativos. Lamentablemente, la frustración de las expectativas de nuestro vecino alentaron a los sectores militares más belicosos a infiltrar tropas en el valle del Cenepa para demostrar posesión en una zona colindante de la Cordillera del Cóndor. Los invasores tuvieron tiempo para atrincherarse firmemente en tres bases y emplazar fuerzas para defenderlas desde las cumbres circundantes. Con una diplomacia comprometida en ese plan y una eficaz campaña de información internacional pudieron presentar al Perú como agresor cuando se iniciaron las acciones militares defensivas.
Por desgracia, Torre Tagle solo fue informada de tan grave crisis militar a mediados de enero de 1995. Con esa desventaja, tuvimos que manejar una situación desfavorable en el frente militar, compensándola con la acción de los Garantes del Protocolo de Río para evitar que, como después de Paquisha, el conflicto derivara hacia la OEA.
Felizmente, nuestro esfuerzo en las negociaciones extenuantes que me tocó encabezar en Brasil se concretó en un acuerdo que comprometía al Ecuador y los Garantes a la ejecución de la Declaración de Paz de Itamaraty y a sostener negociaciones hasta resolver definitivamente los desacuerdos que impedían el pleno cumplimiento del tratado de límites en vigor. Después de cuatro años de intenso trabajo firmamos los Acuerdos de Brasilia que confirmaron la posición histórica del Perú, logrando el objetivo nacional de demarcar toda la frontera y sellar la paz definitiva entre dos vecinos que ahora son ejemplo de leal amistad y fructífera cooperación.
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