(Foto: GEC)
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/ DIANA CHAVEZ
Pedro Ortiz Bisso

Es difícil encontrar una justificación a las declaraciones de la ministra de Justicia, Ana Teresa Revilla, después de que se escudara en el “modo Navidad” para evitar declarar sobre la tragedia de . Consciente de su monumental metida de pata, no ha cesado en ofrecer disculpas, aunque la debilidad de sus explicaciones no le ha sido de mucha ayuda (“En ese momento estaba totalmente asustada. Por favor, 24 de diciembre, a las 8 de la noche, después de la misa de Navidad”).

¿Debió ser cesada? Sus antecedentes no la muestran insensible a las desgracias, mucho menos de la dimensión de los crímenes ocurridos en casa de Jesica Tejeda. Su exabrupto parece haber sido fruto de una mezcla de nerviosismo e inexperiencia. La politóloga María Alejandra Campos señala que “pedir cabezas no soluciona nada […] lo que se necesita es continuidad acompañada por exigencias políticas”. En todo caso, el verdadero centro del problema está en otra cartera.

Y es que quien ha pasado piola –y no es la primera vez– es el ministro del . Había apenas 159 metros entre la casa de Jesica Tejeda y la comisaría a donde acudieron los vecinos a implorar por ayuda, desesperados por los gritos que escuchaban. Antes habían intentado pedirla a través del 105, pero no encontraron respuesta. Fueron hasta la dependencia policial y les mintieron, les dijeron que habían enviado agentes.

No les quedó otra opción que intentar ingresar a la casa a la fuerza. Cuando llegó la policía, esta ardía y Juan Huaripata, el asesino, había huido. Afortunadamente, unos jóvenes que bebían cerca lograron atraparlo al confundirlo con un asaltante.

Aquí no hubo solo indolencia. Hubo abandono de funciones, negligencia, desidia, aunque el calificativo más acorde es pérdida de humanidad.

A pesar de sonadas capturas como las del expresidente regional del Callao Félix Moreno, el excongresista Edwin Donayre y recientemente del acusado de violación Adolfo Bazán, es más que evidente que la inseguridad ciudadana ha desbordado la capacidad de la policía.

Y los ejemplos de insensibilidad ante los pedidos de ayuda, por más desesperados que sean, abundan. Lo sufren a cada momento las mujeres que son víctimas de abusos o acoso y tratan de denunciarlos en las comisarías.

Las soluciones no son inmediatas. Sin embargo, como hemos repetido varias veces en este rincón, no se aprecia una estrategia clara que indique que el camino elegido sea el correcto.

Urge un golpe de timón, señales claras que permitan volver a confiar en la policía y en quienes dirigen la estrategia desde el Ministerio del Interior. Por ahora, solo se ve que pasan piola.