Acuña y la modernidad, por Gisèle Velarde
Acuña y la modernidad, por Gisèle Velarde
Gisèle Velarde

Está claro que César Acuña ha plagiado su tesis doctoral. El robar ideas e información toma una dimensión aterradora cuando el ladrón es candidato presidencial y, también, dueño de tres universidades (instituciones cuya esencia debe ser llevar al alumnado a la modernidad). Vale la pena, entonces, analizar el plagio desde esta perspectiva.

La modernidad alude a un proceso de emancipación al ser el momento en que uno accede a la autonomía –económica, emocional, intelectual, religiosa, etc.–. Se le conoce como la mayoría de edad, pues es la etapa en que los individuos empezamos a usar nuestra razón libremente. Es decir, comenzamos a pensar por nosotros mismos. Sin embargo, ese acceso a la autonomía implica haber pasado primero por el tutelaje: uno puede tomar una postura propia sobre un tema solo si ha aprendido primero sobre él. Si no sé nada sobre el comportamiento de los pingüinos, no puedo formarme una opinión propia al respecto. Para eso estudiamos.

Históricamente, la modernidad es el proyecto que se inicia en la ciencia en el siglo XVI y es fundado por el filósofo René Descartes en el siglo XVII; posteriormente el liberalismo lo extiende a las sociedades. Es considerado el proyecto de la libertad, pues lo que ocurre a partir de ese momento es que la razón comienza a emanciparse de la naturaleza, de Dios y de la norma social impuesta. Esto significa que el individuo se vuelve crítico ante el conocimiento recibido y proactivo en sus diversas relaciones. Desarrollar el pensamiento crítico del alumnado es un objetivo fundamental de toda universidad seria.

Una persona moderna es una persona autónoma, que se hace cargo de sí y, por tanto, es responsable. Así, el plagio, el robo, la mentira, el engaño, no son propios de un individuo moderno, pues este entiende que ese derecho que tiene él a la verdad y a la propiedad es un derecho que también le corresponde al otro y que, solo si les corresponde a los otros también, puede él tenerlo garantizado para sí. 

El plagio de Acuña evidencia tanto el valor que le da al conocimiento como el menosprecio que siente por él. Su razonamiento es: quiero tener un grado que acredite la educación más alta, pero para obtenerlo voy a destruir el valor de la educación misma.  

Obtener el grado más elevado en la formación académica, sin haber investigado ni trabajado en la tesis doctoral, es el acto más vil que uno puede cometer académicamente, pues implica destruir la posibilidad del saber mismo.  Adicionalmente, implica vender un bien de otros como propio, a quienes yo les robo para poder ser alguien: “un doctor”. 

Asimismo, plagiar una tesis es mostrar que uno no vale nada ante sí, que la falta de autoestima es tan grande que se tiene que robar, pues es la única forma en que se puede poseer lo que se quiere tener, pero que uno no se considera digno moralmente, ni intelectualmente hábil, para tenerlo. 

Acuña representa la aceptación de cualquier tipo de tutelaje. Él puede creer en cualquier cosa y, por tanto, hacer cualquier cosa. Cualquier cosa puede pasarnos con él de presidente, pero recordemos que permitir cualquier cosa es sinónimo de guerra.