Carmen McEvoy

Llegué al en una noche fría y nublada y escribo esta columna en una tarde soleada que, como tantas otras de me llevaré en mi corazón . Porque nuestro país, y ello ocurre probablemente con todos los lugares donde los humanos sienten pertenecer, ejerce una profunda e invisible atracción a pesar de la distancia. Y que en nuestro caso específico nos remite a recuerdos y experiencias, pero, también, a los sabores de nuestra cocina y la belleza de nuestras flores, frutas e increíbles paisajes naturales. Los que fijan y definen un mundo de afectos, que van creando lo que yo llamó “islas de cariño y ternura”. Lugares amables donde es posible reposar en paz y alegría hasta que un nuevo embate de la vida aparezca para desafiarnos. En nuestro colectivo nacional, el desafío llega habitualmente desde una que raya en lo delincuencial y en el surrealismo, que, unido a la imprevisibilidad, atenta constantemente contra nuestra sanidad mental.

Islas de cariño y ternura, por Carmen McEvoy (ilustración: Giovanni Tazza)
Islas de cariño y ternura, por Carmen McEvoy (ilustración: Giovanni Tazza)

De esas “islas cariñosas” vitales, pobladas de conversaciones enriquecedoras, risas espontáneas y postres deliciosos, hablé con amigos mientras nos lamentábamos de no poder construir instituciones y vivir evadiendo permanentemente un hueco negro, con estados delirantes y, lo que es peor, altas cuotas de injusticia y exclusión. Lo que lleva a asignar una a un expresidente que nos humilló, además de estafarnos públicamente; condonar los delitos de otra que no entiende ni lo que lee o donde un canciller de la República nos cuenta historias, inverosímiles además de falsas, como esa de Atahualpa atravesando los mares, con 15.000 guerreros “en unos pequeños barcos, llamados totoritas”. Ciertamente, es esa “representación” del Perú –reinventado en su versión “imperio marítimo” por mentes casi al borde del extravío– la que duele. Simplemente porque quienes nos gobiernan no tienen idea de las necesidades de los peruanos de carne y hueso, quienes exigen salud, seguridad, comida saludable, un trabajo decente y unos momentos de merecida felicidad.

Tener esperanza en tiempos malos no es puro romanticismo, como lo subrayó Howard Zinn en su estupendo libro “You Can’t Be Neutral on a Moving Train”. Zinn, quien fue historiador, pero también dramaturgo y veterano de la Segunda Guerra Mundial, sostenía que la esperanza se basa en el hecho que la historia humana no es solo de crueldad sino también una épica de compasión, sacrificio, coraje y gentileza, incluso en los momentos más oscuros. Lo que el autor de “Failure to Quit: Reflections of an Optimistic Historian” enfatizó fue la complejidad de la historia que finalmente determina nuestras vidas. Si solo vemos lo peor de la humanidad, afirmó quien estudió el racismo, pero, también, la guerra y la violencia, destruiremos rápidamente nuestra capacidad de actuar. Si recordamos los lugares y momentos donde los seres humanos se comportaron magníficamente, nos alimentaremos de la energía necesaria, para ser agentes de nuestro destino enviando nuestra modesta cuota al mundo, con la intención de alterar, para bien, su dirección. Y si participamos en pequeñas iniciativas, por insignificantes que parezcan, no tendremos que esperar por la gran utopía del futuro. Porque el futuro, y a veces lo olvidamos, consiste en “una infinita sucesión de presentes”, y vivir ahora como pensamos deben hacerlo los seres humanos, promoviendo lo bueno y lo noble, es ya en sí mismo una maravillosa victoria.

Pensé mucho en Zinn mientras me reencontraba con amigos entrañables en almuerzos y comidas inolvidables localizadas en esas islas cuasimágicas a las que me he venido refiriendo. Ayer ocurrió con mi querida amiga Teresina Muñoz-Nájar, con quien creamos el Comité Editorial del Proyecto Especial que hizo posible la Colección “Nudos de la República”, la publicación de fuentes primarias, además del innovador texto escolar: “Doscientos años después”, entre otras iniciativas más. Teresina, una defensora de los derechos de las mujeres en especial su me regaló su reciente libro, perfecto para estos tiempos de abuso material y simbólico contra ellas. Es por ello y en honor de todas mis conciudadanas cierro esta columna, del hasta luego, con la dedicación de “Valientes: mujeres del bicentenario”: “A nuestras antepasadas, mujeres extraordinarias y poderosas, por lo que significaron para sus culturas y para lo que hoy es la nuestra”.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Carmen McEvoy es Historiadora