Jair Bolsonaro afirma que Israel tiene derecho a decidir cuál es su capital. (Reuters).
Jair Bolsonaro afirma que Israel tiene derecho a decidir cuál es su capital. (Reuters).
Fernando Rospigliosi

La victoria de en Brasil ha entusiasmado a las derechas del continente, como la de Andrés Manuel López Obrador () en México encantó a las izquierdas. Entre tanto, la pequeña minoría de demócratas en América Latina está seriamente preocupada por el avance del populismo. Los dos más grandes países de la región estarán gobernados por caudillos que dicen encarnar al pueblo y que tienen poco aprecio por las reglas de la democracia liberal.

El historiador mexicano Enrique Krauze acaba de publicar un libro donde repasa la calamitosa experiencia de América Latina con el populismo, y lo define como una forma de poder, no una ideología; como “el uso demagógico que un líder carismático hace de la legitimidad democrática para prometer la vuelta de un orden tradicional o el acceso a una utopía posible y, logrado el triunfo, consolidar un poder personal al margen de las leyes, las instituciones y las libertades”. (“El pueblo soy yo”. Penguin Random House, 2018).

El profesor español de la Universidad de Salamanca Manuel Alcántara anota que tanto en México como en Brasil hay escenarios similares de amplia corrupción y una crisis de seguridad ciudadana con un altísimo porcentaje de homicidios. (“Brasil y México, ¿vidas paralelas? Sí, pero en sentido opuesto”, Estudios de Política Exterior, 2018).

A lo cual hay que agregar el deterioro de la situación económica, sobre todo en Brasil que ha sufrido una brutal recesión causada en parte por las consecuencias de Lava Jato. El resultado es que los ciudadanos han responsabilizado masivamente a las élites y a la clase política de esa situación. Los partidos que gobernaron antes, el PRI, el PRD y el PAN en el caso de México, y el PT, PMBD y PSDB en Brasil fueron derrotados. Pero los que aprovecharon el repudio a los políticos tradicionales no son ‘outsiders’ sino ‘insiders’, puntualiza Alcántara.

AMLO lleva 42 años en política, estuvo en el PRI, fue presidente del izquierdista PRD, jefe de gobierno del Distrito Federal y candidato presidencial tres veces. Ahora lidera su propio partido, Morena. Krauze lo caracteriza en su libro como un “Mesías tropical”, que no representa una izquierda moderna sino la antigua, intolerante y autoritaria.

Bolsonaro, un capitán retirado del Ejército, ha sido un mediocre diputado durante casi tres décadas y ha pasado por ocho partidos distintos. Ahora fue candidato del pequeño PSL. Él ha mantenido su discurso racista, misógino, autoritario y con ataques a la prensa independiente durante años, sin tener mucha audiencia. En realidad, él no ha cambiado; quien ha dado un vuelco radical es el electorado brasileño, desencantado y harto de la clase política que ha gobernado hasta ahora.

Este es en verdad un fenómeno universal, como dice Yascha Mounk: “Durante las últimas décadas, las élites políticas se han ido aislando considerablemente de la opinión popular”. (“El pueblo contra la democracia”). El vacío lo llenan los caudillos populistas que prometen resolver los problemas complejos con soluciones simples, para lo que, dicen, necesitan tomar medidas drásticas que no se condicen con los engorrosos procedimientos de la democracia con sus controles y contrapesos.

La exaltación del líder carismático, del hombre providencial que resolverá para siempre los problemas del pueblo –señala Krauze– es una nota distintiva del populismo. Él es el intérprete supremo de la verdad general y atiza las pasiones del pueblo, alienta el odio, divide al mundo entre buenos y malos.

Está por verse si las instituciones y la sociedad civil mexicana y brasileña resistirán la acometida del populismo.

El populismo está avanzando en el mundo entero. Lo que Mounk se pregunta ahora es si eso significará el fin de la democracia: “Ya no cabe duda de que soplan vientos de populismo. La pregunta ahora es si este momento populista devendrá en una era populista que ponga en entredicho la supervivencia misma de la democracia liberal”.

Los aspirantes a caudillos populistas aprenden de las experiencias de otros lugares. En el Perú muchos ya deben estar alistándose. Las condiciones son auspiciosas, luego de los escándalos Lava Jato y de la corrupción del sistema judicial, que han sepultado prácticamente a toda la clase política y profundizado el descrédito de las instituciones. Y a diferencia de la década de 1990, cuando la democracia se imponía en el mundo después del derrumbe del comunismo y la disolución de la Unión Soviética, ahora un gobierno populista autoritario probablemente no tendría las restricciones que Estados Unidos y la comunidad internacional le impusieron a Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos.