Alek Brcic Bello

Entre la infinidad de críticas que merece el Ejecutivo, hay una que no se discute lo suficiente y que está haciendo más denso el pantano en el que se hunde la política nacional. Esta es, la absoluta desconexión en la que parecen transitar el presidente y su primer ministro cuando hablan de la coyuntura actual y los problemas que atraviesan.

Porque solo una persona que vive en un estado de negación podría soltar comentarios como los que hicieron ambos funcionarios en los últimos días. Y es que, a ojos de los dos representantes más importantes del Ejecutivo, la crisis que ha hecho aumentar en diez puntos porcentuales la desaprobación presidencial y que tiene hasta al defensor del Pueblo pidiendo la renuncia del mandatario, ya pasó y fue culpa de otros.

Así, el último viernes, el jefe del Estado afirmó desde Puno: “Estamos en momentos difíciles, económicamente. Yo creo y tengo fe que este momento político en el que hemos estado envueltos ha llegado a su fin”. Esto, sin aceptar culpa alguna en un embrollo que lo llevó incluso a encerrar por un día a Lima y el Callao sin una justificación aceptable.

Y aunque algunos podrían suponer que lo que en realidad vaticinaba Castillo era el fin de su administración, dándole la razón a la agencia crediticia Moody’s (que a principios de mes pronosticó que no terminará su mandato), también pidió “comprensión” porque su gestión “recién está comenzando”. Es decir, como si todo lo vivido con casi 50 ministros en nueve meses fuera solo el preámbulo de lo que su gobierno puede alcanzar.

Además, para demostrar que podría dictar talleres de victimización cuando deje Palacio de Gobierno, agregó que la culpa del estancamiento es responsabilidad de las distracciones que le generan terceros. “Hubiésemos avanzado mucho más si en estos meses no nos hubiésemos entretenido en enfrentamientos y confrontaciones inútiles”, señaló con desparpajo, omitiendo el costo de copar el Estado con funcionarios sin experiencia.

Ahora, como se trata de un mandatario que no lee diarios, como él mismo ha dicho, se esperaría al menos que su mano derecha ponga la dosis de realidad que hace falta y tenga una visión más aterrizada de la gravedad de la situación. Nada de eso ocurre con Aníbal Torres, que en sus alocuciones está incluso más fuera de línea que el jefe del Estado.

En una de sus últimas presentaciones, apenas días después de hacer pública su admiración por un dictador fascista y genocida como Adolf Hitler, el presidente del Consejo de Ministros intentó explicar que la situación actual de desgobierno es responsabilidad de las administraciones que precedieron a la actual. “No permitamos más que esa gente de la más inepta que nos gobernó y nos dejó un Perú en la ruina sean considerados los más capaces. Que se consideren los más capaces entre ellos, pero al pueblo no lo pueden engañar”, afirmó antes de decir que esas personas han “arruinado” a la patria.

Y como para sumar un volquete de victimización a su discurso, comentó que los medios de comunicación “solamente buscan algún error para pretender arruinar[l]os”. Y que la soltura de aquellas personas a las que se refirió se debe a que estas se ponen “de acuerdo” con los entrevistadores “para decir que son los más capaces”. Un par de teorías conspirativas que algún psicólogo debería analizar.

A estas alturas, no obstante, mientras en el Ejecutivo se siguen repartiendo puestos de trabajo como torta de cumpleaños, las denuncias de corrupción se escapan por las ventanas y la administración pública se destruye por la improvisación y los intereses de unos pocos, Castillo y Torres parecen estar parados en el ojo del huracán que ellos mismos generaron. Ambos disfrutan de una calma que nadie más puede ver mientras todo se cae a pedazos.

No se trata solo de las paredes de Kuélap o los pasaportes en las oficinas de Migraciones. La incapacidad que ha mostrado el Ejecutivo para gestionar el Estado es paupérrima. Sin embargo, para cuando finalmente lo noten (si acaso llegan a hacerlo), seguramente dirán que la culpa fue de cualquiera menos suya.

Alek Brcic Bello Economista