Ni siquiera participamos en el Mundial, pero igual nos fascinan esos partidos donde gritamos goles como si fueran nuestros. ¿Por qué nos atrae tanto el fútbol?
Si hay alguien a quien no me imagino viendo un partido de fútbol es al papa emérito Benedicto XVI, pero para mi sorpresa hace unos días me encontré con unas reflexiones suyas sobre este deporte que me parecieron muy interesantes y oportunas para compartir estos días en que andamos pegados a la televisión sufriendo o celebrando por equipos ajenos.
Las reflexiones fueron publicadas en 1985, en las previas del Mundial de Fútbol de México que se jugó en 1986 y han vuelto a circular por las redes sociales estos días en que el acontecimiento, esta vez en Brasil, atrapa una vez más la atención de millones de personas en todo el mundo. ¿Qué fibra especial de nuestra humanidad toca esta reunión que logra movilizar las emociones de tantos?
Podrán decirnos que son los millones de dólares que mueve la FIFA, con un aparato de propaganda sin igual que nos agarra a todos de las narices para sentarnos frente al televisor. Sin embargo, intuimos que es más que eso.
Ratzinger lo explica muy bien: “Me parece que la fascinación del fútbol está esencialmente en el hecho de que obliga al hombre a imponerse una disciplina de modo que obtenga con el entrenamiento el dominio de sí mismo; con el dominio, la superioridad, y con la superioridad, la libertad. Además le enseña, sobre todo, una camaradería disciplinada: en cuanto a que es un juego de equipo obliga a la inserción del individuo en el equipo. Une a los jugadores con un objetivo común; el éxito y fracaso individual están en el éxito o fracaso colectivo”.
Actualmente, los aparatos de TV LED con súper HD y otras exquiciteces tecnológicas nos permiten ver imágenes increíbles, además repetidas en cámara lenta, que nos comunican con nitidez singular la intensidad del esfuerzo que ponen los jugadores para alcanzar la pelota y meter el gol, o para lanzarse con tanta fuerza que alcanzan a desviarla y evitar el gol.
Es fascinante cuando dos jugadores saltan compitiendo por llegar primero. Cada músculo se tensa de tal manera que toda la energía parece concentrarse en su único objetivo. Esto, por supuesto, no se logra con puro deseo y buena voluntad. Allí hay trabajo, hay disciplina y seguramente harto sacrificio para llegar al estado físico que hoy vemos en los jugadores; capaces además de aguantar golpes que a otro cualquiera dejarían noqueados y fuera de juego.
Otra maravilla son las celebraciones. Creo que es solo después de un gol que se ve una alegría tan explosiva, tan exteriorizada; con bocas que gritan, ojos que echan chispas, puños que se elevan triunfantes, abrazos y bailes llenos de felicidad. A esos instantes se debe parecer el paraíso, aunque claro, este es para siempre. Incluso uno que no tiene nada que ver con ellos, porque ni siquiera son de nuestro país, quiere gritar y celebrar. Qué alegría tan bonita.
Y mientras ella ocurre, inevitablemente ocurre también lo contrario: las expresiones de frustración y de pesar cuando la jugada no sale bien, cuando el arco está al alcance de la mano, la estrella del equipo patea y la pelota se va por los cielos o el arquero no puede evitar el gol; y cuando acaba el partido y hay que asumir la derrota.
Tal vez lo fascinante del fútbol sea que se parece demasiado a la vida.