"La situación de Bustamante se complica salpicando de paso el buen nombre de nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores".
"La situación de Bustamante se complica salpicando de paso el buen nombre de nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores".
Carmen McEvoy

Diversos estudios confirman que los nombres, y yo agregaría los espacios, marcan e incluso condicionan el destino de quienes moran en ellos. Pienso en la República de Irlanda, cuyo Departamento de Relaciones Exteriores y Comercio (Iveagh House) ocupa la hermosa mansión neoclásica remodelada por la poderosa familia Guinness que, en la década de 1930, se la obsequió a la joven nación irlandesa. Resulta obvio que la estrecha asociación entre diplomacia y comercio provienen, entre otras cosas, de los intereses de una burguesía nacional, cuya vanguardia fue un emporio cervecero con ambiciones globales. En el caso del Perú tenemos el ejemplo de Torre Tagle, cuyo servicio diplomático no solo habita “la única mansión colonial de categoría palaciega” sino que, al mismo tiempo, ha heredado una carga simbólica que es dual, debido a que su antiguo propietario fue un hombre marcado por un cúmulo de contradicciones. Las que desde el temprano grito independentista en La Libertad hasta el polémico intento de huida a España, por la persecución política de Simón Bolívar y de sus propios fantasmas, retratan el drama de un habitante de dos mundos antagónicos. En efecto, Torre Tagle, junto a su esposa, murió de peste en el Real Felipe esperando por un barco que nunca llegó. En un momento difícil en el cual muchos dudaron de la república, pero que, sin embargo, se quedaron para presenciar su doloroso nacimiento, los Torre Tagle decidieron poner sus vidas a buen recaudo. Optando por la lealtad a un imperio que se jugaba los descuentos.

Cuando vi la caricatura de Carlín, esa en la que el embajador Bustamante le abre la puerta de un birlocho al prófugo Hinostroza Pariachi, antes de escuchar sus patéticas declaraciones a RPP, recordé la trágica historia del marqués de Torre Tagle y debo confesar que me entristecí. No solo porque serví con cariño y lealtad a una cancillería enaltecida por republicanos de la talla de Víctor Maúrtua, Raúl Porras Barrenechea, el gran Carlos García y Bedoya, el entrañable embajador Bákula o el equipo que nos llevó al triunfo en La Haya, sino porque, si es que se comprueban las declaraciones de Hinostroza, la situación de Bustamante se complica salpicando de paso el buen nombre de nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores. Porque ¿quién en su sano juicio puede representar los intereses supremos del Estado peruano e ir, simultáneamente, a indagar por la “situación carcelaria” de uno de sus principales verdugos quien además insulta nuestra inteligencia y ataca la dignidad nacional? “Yo no necesito nada”, fue la respuesta soberbia y destemplada que Hinostroza afirma le dio a nuestros representantes, uno de los cuales viajó con una resolución ministerial para acelerar su extradición. En efecto, Bustamante viajó con la única misión de extraditar a un hombre que, entre otras perlas, negoció la reducción de la pena impuesta al violador de una menor de edad. Yo no he olvidado ese atentado contra los derechos humanos que ahora reclama cínicamente el “rey de los hermanitos”, y espero que ustedes lo recuerden cada vez que le vean la cara de espanto que ya no puede ocultar. Porque la justicia tarda pero no dudo que llegará para el sujeto que la corrompió desde su raíz.

La desatinada “cortesanía” de Bustamante que se hace evidente en los audios de sus conversaciones con Hinostroza, donde incluso le ofrece su propio chofer, evidencian que es necesario inyectar un proyecto republicano –de largo plazo– en nuestra cancillería. Porque los insultos destemplados de otro embajador a un par de subalternos –que nos impresionaron hace algunos meses– son un claro ejemplo del tipo de cultura que, luego de 200 años, aún persiste desafortunadamente en una institución tutelar de la república. Lo que no significa que no existan funcionarios diplomáticos de primera categoría que dignifican a las misiones que nos representan alrededor del mundo. Sin embargo, en momentos de crisis, como el actual, es importante reflexionar en voz alta, volviendo a la historia y a las fuentes originales. Pienso, por ejemplo, en nuestra primera misión a “las cortes europeas” conformada por un matemático, José Gregorio Paredes, y un poeta, José Joaquín Olmedo. Porque un retorno a las humanidades que humanizan, valga la redundancia, resulta esencial para revitalizar a nuestros diplomáticos pero también hace falta un proyecto político, una reforma estructural que combata esa suerte de ensimismamiento endogámico que no le hace bien a la excelencia que requiere este siglo XXI lleno de desafíos. Un siglo complejo donde el mérito, la eficiencia y el amor incondicional al Perú (no a los intereses corporativos) nos llevarán al sitial que merecemos.

“No actúa quien no arriesga”, dijo alguna vez Carlos García Bedoya, un visionario de la política exterior peruana. Para proseguir subrayando la urgente necesidad de “incursionar conscientemente, en un campo en el cual el margen de incertidumbre” era la única certeza a tomar en consideración. Lo que nos remite a una visión política de un canciller de la república del Perú que optó por la libertad y la creatividad con todos los riesgos que conllevaba la autonomización y la forja de un destino propio para el ministerio fundado e imaginado, es bueno señalarlo, por el sabio Hipólito Unanue. Y también es bueno recordar que el pensamiento de García Bedoya no se quedó en la mera apuesta por una libertad de estirpe republicana sino que aquella estuvo asociada a un Perú justo abrazando su diversidad cultural y geográfica y con ello su papel estelar en el concierto internacional. En estos tiempos de formalidades cortesanas, banales y huecas, volvamos la mirada a un gran diplomático que, como muchos peruanos brillantes, partió demasiado joven. Pero por suerte nos dejó su legado. Un gran proyecto nacional, sin duda perfectible, que viene acompañado del ejemplo de una vida honesta y del coraje y la voluntad para llevarlo a cabo. Que este bicentenario sea la oportunidad para que la diplomacia peruana lo reactualice, el Perú se los agradecerá.