La magia de la digitalización reside en imprimirle una velocidad expansiva a casi todo lo que se le aplique. Entre otras cuestiones, gracias a la digitalización, la divulgación de usos y costumbres se transfiere de manera más simple, alcanzando la calidad de ‘mainstream’ o de uso dominante. Así, hemos sido partícipes de tendencias globales que vienen, ven y vencen.
De esta manera, como una tendencia ‘mainstream’ es que ha empezado a acercarse la inteligencia artificial (IA) al Perú, gracias a unas imágenes virales en redes sociales –los famosos dinosaurios profesionales– que se autogeneran gracias a la aplicación de la IA y a la escritura simple de un par de comandos en un sitio web, a través del que empezamos a interactuar con esa tecnología.
Pero, más recientemente, se ha vuelto popular el uso del llamado ChatGPT –Generative Pre-trained Transformer– que es una aplicación de IA que procesa el lenguaje natural –el que hablamos– a través del uso de un chat –o sistema de mensajería de textos–. Se trata de una IA que ha sido entrenada con millones de textos de todas las materias para realizar tareas relacionadas con el lenguaje; es decir, se le entrega un texto y esta analiza e integra la información recibida para después poder compartir sus conocimientos con nosotros.
Si tiene la ocasión de ingresar al sitio web del llamado ChatGPT, tendrá una experiencia con la IA a través de una conversación en la que, gracias a sus algoritmos, esta podrá entender todo lo que le diga, ofreciéndole respuestas acordes con lo que espera y de una manera muy exacta. Aparte, además de poder pedirle que nos explique cualquier cosa, esta IA es capaz de generar textos o resúmenes a partir de una palabra o contexto, pudiéndole exigir el número de palabras exacto. Entonces, con cierta paciencia, el ChatGPT podría haber escrito esta nota.
Aun cuando la experiencia de esta IA está causando ya un revuelo global, por acercarse con gran fidelidad a la propia expresión humana, no podemos dejar de recordar que, desde hace ya un buen tiempo, la IA está presente en nuestras vidas, aunque de un modo menos subyugante. Es IA la charla que tenemos a través de algunos robots –chatbots– que empresas nacionales han incluido en sus números de WhatsApp con los que diariamente interactuamos vía listas de preguntas o menús. Pero también hay IA en nuestras cuentas de correo electrónico y en la forma tan ordenada en que este filtra la información que no nos interesa, mandándola al tacho de basura o de spam –bandeja de mensajes no deseados–. La próxima vez que ingrese a su cuenta de correo electrónico, verifique si tiene mucho menos spam del que piensa. Si es así, es gracias a la IA.
La IA ya convive con nosotros día a día y, aunque tendremos que esperar al mediano plazo –un par de años– para establecer realmente una interacción profunda con una aplicación tipo la voz de aquella mujer que enamora a su usuario en la película “Her”, el despliegue de esta tecnología tendrá un impacto enorme en el desarrollo de conductas excluyentes si no tomamos acciones rápidamente. Por ejemplo, a la fecha, las librerías de textos con los que se alimentan aplicaciones como ChatGPT corresponden mayoritariamente al idioma inglés, en menor proporción al español y casi de manera nula a lenguas como el quechua o alguna de las decenas de lenguas de nuestra Amazonía.
Las aplicaciones de IA en asuntos como la educación o el mercado laboral serán disruptivas, pero para que todos puedan beneficiarse de ellas es crítico que en alguno de los planes nacionales de competitividad se incluya el uso inclusivo de la IA, considerando también las lenguas nativas u originarias dentro de los llamados lenguajes naturales que alimentan los millones de textos y librerías que esta tecnología consumirá. De lo contrario, estaremos condenando a una nueva exclusión a un número relevante de ciudadanos.