Supuestos tratamientos milagrosos, posibles mejunjes eficaces, artificios para impedir contraer el COVID-19... los seres humanos nos estamos intoxicando con informaciones carentes de la debida corroboración científica y los peruanos, por supuesto, no somos la excepción. Y no me refiero solamente a los consabidos bulos y ‘fake news’ que circulan por las redes sociales, sino a aquellas que también obtienen espacio en los medios de comunicación nacionales.
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Tan solo unos días atrás, un médico de Lambayeque se atrevió a declarar a la prensa, muy orondo, haber descubierto la forma de evitar la multiplicación del virus después de que una persona se infectara. Como si esto fuera poco, demandaba que su ‘hallazgo’ fuese adoptado en los protocolos del Ministerio de Salud para el combate al SARS-CoV-2.
¿Cuál era la base de semejante conclusión? Haberle entregado un cepillo de dientes y pasta dental a dos pacientes, pidiéndoles a ambas cuidar bien su higiene bucal. Según él, la mujer que le hizo caso se curó y la otra falleció, al no tomar en cuenta su recomendación.
Otro caso es el de un abogado que escribe una columna en la que respalda el consumo de dióxido de cloro para luchar contra el nuevo coronavirus, saltándose los grandes cuestionamientos existentes de la OMS, la FDA y la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios, por citar algunos organismos encargados de la vigilancia de los medicamentos. El autor menciona como fuente al alemán Andreas Ludwig Kalcker, que se presenta como investigador y cuya recomendación contenida en un video de 13 minutos se ha vuelto muy popular entre los detentores de WhatsApp.
Desde hace años, Kalcker promociona este producto químico al que ha bautizado como Miracle Mineral Solution (MMS), pues asegura que puede curar varias enfermedades como el cáncer, eliminar el VIH, el autismo y, ahora también, el coronavirus. Sin embargo, él posee denuncias en su contra porque el brebaje ha cobrado la vida de algunas personas. Y este viernes, las autoridades peruanas prohibieron su venta en el país.
Meses atrás, otro doctor pidió a los radioyentes de su programa que tomen durante siete días el anticoagulante warfarina para evitar contraer el nuevo coronavirus. “A nadie le va a pasar nada”, aseguró, echando por tierra elementales preceptos sanitarios que demandan acudir a un especialista y obtener un diagnóstico certero antes de ingerir cualquier tipo de remedio, debido a los eventuales efectos secundarios que pudiesen acarrear.
La lista de desaguisados crece cada día a partir del estallido de la crisis, en la que figuran mitos tales como el consumo compulsivo de ajo y kión, pasando por la ingesta de alcohol, el llenado de la casa de eucalipto, la contención de la respiración por algunos segundos, entre otros.
Sin duda, la aparición de algo que no podemos controlar, que surge de la noche a la mañana y que plantea demasiadas interrogantes sin respuesta pone en jaque los cimientos económicos, sociales y políticos, así como las profundas convicciones individuales que poseemos.
Es aquí donde los medios de comunicación se deben convertir en faros que iluminan, haciendo un examen crítico de aquello que se difunde y de lo que se pone al alcance de nuestros lectores, radioescuchas o televidentes, así como revisar cuidadosamente procedimientos y reflexionar acerca de la necesidad de otorgarle mayor espacio a la ciencia y a nuestros científicos. En ese sentido, se debería visibilizar más las pesquisas que realizan, reflejar los padecimientos que sufren para conseguir recursos al momento de llevar a cabo sus investigaciones y, asimismo, darles el reconocimiento que les corresponde como auténticos agentes de cambio y desarrollo del país.
Se requiere convertir en temas recurrentes proyectos pioneros, como las pruebas moleculares en tan solo 40 minutos para detectar el virus del COVID-19, los ensayos preclínicos para obtener la vacuna que prevenga esta enfermedad o el proyecto para crear una planta de oxígeno medicinal impulsado por ingenieros y estudiantes, solo por mencionar algunos ejemplos.
Si hay algo bueno que podemos rescatar de esta crisis es que la ciencia está demostrando su vital importancia y la necesidad de ponerla de relieve, renunciando al menosprecio secular que la sociedad peruana, tradicionalmente, le ha otorgado.
Esa sería una justa reivindicación para evitar que se repitan hechos vergonzosos como el ocurrido con el gran Sebastián Barranca, fundador de la Academia Peruana de Ciencias, al que el Estado Peruano se negó a pagarle el sueldo que le adeudaba y cuyos restos se salvaron de acabar en una fosa común gracias a un discípulo que pagó su sepultura.
En el otro lado, el Colegio Médico del Perú debería investigar y sancionar a sus miembros que ofrecen mensajes carentes de la debida validación, poniendo en peligro a los ciudadanos.
Hay que tener presente que la ciencia posee el poder letal de destruir la ignorancia, algo tan necesario en una coyuntura como la actual. La rigurosidad científica siempre será un estímulo para combatir la zozobra y la desinformación, especialmente en el campo de la salud.
Un asunto no menor también para los medios de comunicación, que deberían consignar solo información rigurosamente comprobada y de fuentes confiables. Hoy más que nunca debemos recordar ese viejo adagio del periodismo: “si alguien dice que está lloviendo y otro que no, abstenerse de citar a ambos en aras de una pretendida objetividad. El trabajo del periodista es acercarse a la ventana y verificar si está lloviendo”. Caso contrario, se pueden volver sepultureros de su propia credibilidad frente al público.