(Foto: Internet).
(Foto: Internet).
Carmen McEvoy

En una entrevista a Paolo y a Vittorio Taviani –quien falleció el 15 de abril– la genial dupla directoral recordó el impacto que tuvo el neorrealismo, en especial el  de en el desarrollo de su proyecto de vida. “Alemania, año cero” (1948) fue una suerte de epifanía para un par de adolescentes toscanos que no solo descubrieron la importancia de la luz en la historia del declive del nazismo, sino que prometieron dedicar su vida a hacer buenas películas. En la innovadora apuesta de Rossellini, que fue parte de una trilogía sobre la guerra, una luz casi inmisericorde lo domina todo. La ausencia de sombras en el relato sobre una nación arrasada por una guerra que ella misma inició alude al hecho de que la tragedia humana debe enfrentarse sin ambigüedades. Ello con la finalidad de que su recuerdo, e incluso su moraleja, queden impregnados en la memoria de los espectadores.

Los Taviani entendieron desde un principio que era imposible replicar “la luz del mal” del maestro Rossellini. Lo que se propusieron, en cambio, fue alcanzar un nivel de luminosidad capaz de mediar entre los eventos, la historia, la gente y la naturaleza. El objetivo: lograr una claridad capaz de proyectar un rayo de esperanza con miras al futuro. Y vaya si lo lograron con su extraordinaria película “Padre padrone” (1977). En ella, se relata la historia de un niño pastor de origen sardo que remonta, mediante la educación, un destino cruel. Luego de recibir la Palma de Oro de Cannes de manos del mismo Rossellini por la inolvidable historia autobiográfica del escritor italiano Gavino Ledda, los Taviani señalaron que sentían que el círculo luminoso, iniciado en una sala de cine en Pisa, se había cerrado. Nada menos que en la capital cinematográfica de Europa y frente al viejo héroe que otorgó a sus dos paisanos la palma de la victoria cinemática.

“Padre padrone” tiene como escenario el jerárquico y violento campo italiano en donde un pastor aterroriza a su hijo, quien finalmente huye de su yugo. Las poderosas escenas ocurren, muchas veces, en la sombra: aquella zona liminal por la cual Rossellini evitaba mayormente transitar. En ese sentido, cómo no recordar a Gavino, un niño de solo 6 años, arrancado de la escuela y forzado al trabajo de pastor, escuchando un puñado de consejos que su padre –socializado en una realidad implacable– le brinda al alba.

“Concéntrate, aprende a conocer el campo y el bosque como la palma de tu mano. La mayor parte del tiempo estarás solo”, le dice aquel hombre endurecido por la vida a una criatura indefensa que abandona a su suerte, negándole el amor y el cuidado que su corta edad requiere. “Usa tus ojos durante el día y tus oídos en la noche”, repite como un mantra el padre campesino al vástago, quien no es consciente de las responsabilidades que se ciernen sobre su pequeña espalda.

La agudización de los sentidos, mediante el reconocimiento preciso de los sonidos del viento, del agua, del caballo trotando por la tierra húmeda o incluso del despertar de la vida en una pequeña aldea de Cerdeña, forjó una sensibilidad especial en Gavino. Sin embargo, él acude a Mozart cuando, años más tarde, se siente agobiado por el destino amargo del cual intenta escapar.

Basada en una historia real, “Padre padrone” habla de la crueldad, pero también de cómo la voluntad humana puede imponerse frente a la adversidad. Un tema cercano a los Taviani, quienes, en esta y en otras de sus películas, intentaron dar una respuesta concreta a la desesperanza de una Europa devastada por la guerra. En ese contexto, las palabras, la música y, en general, el tesoro cultural de Occidente constituyen el instrumental para labrar un mañana mejor.

No es una casualidad, entonces, que en una de sus últimas películas, “Maravilloso Boccaccio” (2015), los Taviani propusieran una interpretación de “El decamerón” distinta a la de Pier Paolo Pasolini, más interesado en destacar la sensualidad de los condenados a una muerte segura que el poder de la palabra y la imaginación como antídotos para los tiempos de plaga. Al igual que en otra extraordinaria película sobre el mundo rural italiano –pienso en “La noche de San Lorenzo” (1982)–, la ternura y la violencia se yuxtaponen en la relectura de Giovanni Boccaccio, dejando un resquicio por donde se filtra la grandeza del espíritu humano.

“¿En estos días qué es bueno y qué es malo?”, se pregunta uno de los personajes de los Taviani y yo vuelvo a una historia que tengo fijada hace días en mi mente. La de esa niña de la edad de mi nieta, 8 años, violada por una pandilla de desalmados, probablemente policías, en la India. La última imagen de ella, cuyo cuerpo sin vida fue encontrado en el bosque, es alimentando a unos caballos. Probablemente con una tenue luz iluminando su dulce e inocente rostro, tal como la luz de los Taviani iluminó el de Gavino que, a diferencia de esa víctima del horror, logró escapar de la maldad humana a la que el maestro Rosellini describió sin ningún pudor.