(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)

Pista uno. Grandes reflectores, muchos fotógrafos y muy poco público. Se pasa lista y se inicia la función. Muchos golpes de mesa y frases punzantes que logren algún titular. “Blindadores no quieren la reforma porque son corruptos”. “Advenedizos que no entienden de partidos y quieren imponernos ideas de escritorio”. “Dictadores que quieren cerrar el Congreso”. “Mafiosos que solo buscan proteger a corruptos”. “Pido censura”. “Pido interpelación”. “A mí nadie me amedrenta”. “A mí tampoco, esto no queda así”. Afuera, los comentaristas –que son casi tantos como el público interesado– dan cuenta de la gravedad de la situación y de que esa carpa se caerá en cualquier momento. Se levanta la función.

Pista dos. Ningún reflector, ningún fotógrafo, no hay público y apenas unos pocos actores. Se ven sombras que conversan, casi cuchichean. “No podemos llevar al país a un enfrentamiento mayor; tenemos que conciliar”. “Sí –responden los demás–, el país está primero”. Y se negocian las seis esencias. Unos, porque son conscientes de que sobrevaloraron sus fuerzas. Los otros, porque están preocupados ante la posibilidad de quedar fuera del juego y sin chamba. En este parto con dolor nacen quintillizos que satisfacen a ambos. Del sexto no se sabe aún si es pato o gallareta (o lo saben pero lo reservan para la gran función final). Deben ahora regresar a la pista uno, donde esperan que luego del desfleme prime la disciplina. No están del todo seguros. No son once decisiones las que hay que conocer, sino 130.

Pista tres. La de fondo. Aquí solo entran jueces y abogados, fiscales y testigos, códigos y sentencias. Aquí no hay actores –por lo menos no los que actúan bajo reflectores–, aunque muchos sospechan que, desde las sombras, siguen haciendo lo suyo. Allí no hay risas; hay drama y miedo. Allí han venido decidiéndose decenas de destinos y ello seguirá ocurriendo en uno u otro sentido. Cada quien empujará sus objetivos con la fuerza que tiene, ¡y vaya que todos son poderosos! El resultado final es incierto.

Mi bola de cristal. El 28 de julio llegará y el presidente acudirá al no para disolverlo. Dependiendo de cómo termine el debate por la inmunidad parlamentaria, podrá decir que ha conseguido cinco o seis de sus objetivos, agradecerá al Congreso por el esfuerzo y les pedirá perseverar en la (hay avances positivos en varios temas, pero me ratifico en que lo de las elecciones primarias para todos ha sido tan desnaturalizado que lo nuevo terminará siendo peor que lo viejo).

Luego de haberle ganado la elección por muy poco a Pedro Olaechea con los votos antifujimoristas, el reelecto Daniel Salaverry acompañará a Vizcarra en la mesa de honor. Salaverry ha demostrado ser muy hábil para conseguir sus objetivos en ese microcosmos aislado que se ubica en la plaza Bolívar. Solo basta con recordar que, hace un año, era el vocero implacable de Fuerza Popular en la ofensiva final que acabó con la presidencia de Pedro Pablo Kuczynski. Y que esta estrategia le valió para ser designado por Keiko Fujimori como candidato a la presidencia del Legislativo, desplazando a Cecilia Chacón.

La transformación de Olaechea también es notable. Pasó, en el mismo período, de ministro que se la jugó por PPK en las duras horas de la solicitud de vacancia a candidato casi natural del fujimorismo. No es poco.

No hay forma de que el discurso del presidente Vizcarra de este 28 tenga el impacto y la trascendencia que tuvo el del año pasado. Le dedicará mucho a la economía y, en ese marco, tratará de recuperar la confianza de la inversión privada, que es el motor del crecimiento. Creo, sin embargo, que una irresuelta Tía María (sea porque sigue la confrontación o porque se entra a un diálogo mediado y de muy largo plazo) va a significar un freno importante en términos de credibilidad empresarial.

Conforme pasen los meses, Vizcarra va a ir perdiendo apoyo en las encuestas, sin que ello signifique que vaya a aumentar el del Congreso. Conforme se acerquen las elecciones, irá entrando poco a poco a la irrelevancia. Importará solo el 2021. Habrá incertidumbre y preocupación sobre qué político canalizará la rabia contra “los políticos”.

Parafraseando a Martín Adán: volveremos a la normalidad.

*El autor fue ministro del Interior del ex presidente Pedro Pablo Kuczynski.