Llamar “Combi” a su último disco y esperar que tenga éxito es, por lo menos, atrevido. Quien se sube a una de esas que circulan por nuestras pistas no lo hace por placer, sino porque no le queda otra manera de llegar a su destino.
La Combi de Lucho Quequezana, sin embargo, es otra cosa, una que se aborda para viajar a una velocidad perfecta, a ratos pisando un poco más fuerte el acelerador o frenando suavemente, cómodamente sentados, contemplando un paisaje que nos va descubriendo algo que tal vez ya habíamos mirado, pero que probablemente no habíamos visto.
El último viernes pude verlo y escucharlo en el Gran Teatro de Lima. Sala llena al tope. Qué escenario tan apropiado para un espectáculo tan grato y enriquecedor.
Quequezana no solamente es un músico creativo y genial, capaz de tocar unos 25 instrumentos, sean estos de cuerda, viento o percusión; también es un showman, un maestro, un guía capaz de conducirnos en un viaje a bordo de su combi, durante dos horas y media, todo el tiempo hechizados por una música y una capacidad de comunicación singular.
Tal vez sea en la fusión de esos instrumentos y en los géneros que mezcla con gran capacidad donde su talento se luce mejor. Allí también está contenido el mensaje que brota de su música: que el Perú es un país mestizo, donde cada raíz aporta un sabor particular al fruto que es hoy para hacerlo más rico y diverso.
En un momento de su presentación Quequezana hace dialogar la dulzura de la quena andina con la fuerza del cajón costeño y la alegría de la guitarra española, un mix del que sale el Perú.
Luego, no duda en combinarlas también con la profundidad del violín y el piano europeos, el salero de las congas cubanas venidas de la lejana África, para terminar echándole un poco de rock con guitarras eléctricas, bajo y batería. Lo que resulta en esa música es, de alguna manera, lo que el Perú de hoy quisiera ser, un país abierto al mundo, donde cada cual puede aportar lo suyo sin perder la identidad que nos hace una nación.
La Combi de Quequezana no es solo chofer y cobrador, tiene la virtud de involucrar activamente en el viaje a todos para que no se queden como meros pasajeros-espectadores.
Con meses de anticipación, el músico invita a sus seguidores en las redes sociales a participar de alguna forma que les permita sumarse a la banda: tocar algún instrumento o cantar. Sin embargo, lo más interesante es cuando invita a algunos espontáneos a subir al escenario. Especialmente cuando llama a alguien que se considera total y definitivamente negado para la música. Quequezana logra demostrar cómo este sí es capaz de tocar al menos una nota que calza armoniosamente con lo que interpreta la banda. Al final, sale música de calidad. El que se creía incapaz contribuyó con su nota, una sola, sostenida, pero clara y distinguible en el conjunto.
Qué distinto a los pasajeros de otras combis, con ruedas o sin ellas, que durante todo el viaje no hacen más que quejarse en lugar de aportar, al menos, la única nota que son capaces de tocar.
Quequezana es otra de esas nuevas joyas peruanas. Él es quena, zampoña y charango, es también guitarra y cajón. Como dijo, en las plazas de cada pueblo de nuestro país hay un carnaval distinto, si cada uno dice el nombre de la plaza que más recuerda, de esa diversidad al final sale un solo nombre: Perú.