La conflictividad parental-filial es tema reciente, un asunto tan nuevo como el de la tríada amor-sexo-matrimonio; es decir, no tiene más de cincuenta años.
En 1931 se publicó el Manual de Psicología del Niño, compilado por Carl Murchison; es una obra muy completa, que tiene alrededor de 1200 páginas y que reúne a los mejores especialistas en la niñez. Sin embargo, no hay una sola contribución que trate de los problemas y conflictos entre padres e hijos.
Veinte años después, aproximadamente, se publicó el Manual de Psicología Infantil, compilado por Leonard Carmichael; 2 tomos, 1400 páginas, los mejores especialistas, pero ni un solo artículo sobre los conflictos entre padres e hijos.
En 1954 se publica el libro de Arthur Jersild, Psicología del Niño. Jersild es uno de los mayores especialistas en psicología infantil; pero de las seiscientas y pico de páginas que tiene su libro, hay una sola, y ni siquiera completa, en la que el autor se ocupa de lo que él llama “Actitud de los padres frente a las faltas e inconvenientes de los hijos”.
En el Diccionario de Pedagogía, dirigido y prologado por Víctor García Hoz y publicado en 1964, en dos tomos, la conflictividad parental-filial es tratada someramente en el artículo titulado “Conflicto” y en el artículo titulado “Pedagogía ambiental”. Si uno junta estos dos artículos, entonces llena 2 páginas. ¡Dos únicas páginas en un libro que tiene 900 páginas!
El doctor Fernando Silva Santisteban me decía que el tema del racismo comenzó a plantearse en serio a mediados de la década de 1960. Creo que lo mismo se podría decir de la conflictividad parental-filial. Es un tema reciente.
Antipatía parental-filial
Considerando que la elección de pareja es generalmente un error y que la incompatibilidad de la pareja casada es por lo tanto inevitable, resultaría asombroso o por lo menos desconcertante que en una situación tan impropicia la compatibilidad de los progenitores y la prole sea la regla y la simpatía lo reinante. Lo normal, aunque desde luego con diferentes grados de patencia, es la antipatía y la incompatibilidad.
No es infrecuente que los padres, ad initium, antipaticen con el hijo, ni que éste, más adelante, antipatice con sus progenitores. Esta antipatía, tanto la parental cuanto la filial, es espontánea y natural, no una antipatía causada por ofensas ni por lo que se llama, afrancesadamente, “inconducta”, ni tampoco porque sean enfermos los padres ni anormales los hijos. No, nada de eso. Sencillamente, no se pasan o no se tragan; y esta impasabilidad o intragabilidad ocurrió desde el principio, y no pudieron evitarlo.