Conquista ciudadana, por Gonzalo Portocarrero
Conquista ciudadana, por Gonzalo Portocarrero
Gonzalo Portocarrero

La brecha entre las leyes y las costumbres es un hecho constitutivo de la sociedad peruana. Nuestro régimen legal pretende normar las relaciones entre la gente según los valores de igualdad y justicia que representan la vocación o razón de ser nuestra colectividad. Solo en una sociedad equitativa se multiplican las posibilidades de que la gente viva existencias realizadas. Pero en el Perú las leyes tienen una vigencia muy relativa, dependiendo su validez de un gran número de circunstancias. Entonces, el asunto es muy complejo, pues en algunos terrenos avanza el poder regulador de la ley, mientras que en otros se producen dramáticos retrocesos.

Pero en contra del pesimismo que nos fija en la tragedia, la queja y la impotencia, hay que reconocer y aprender de las situaciones en que la ley logra prevalecer sobre la transgresión. Avances que suelen ser desconocidos por ese gusto por lo trágico, que recorre nuestra historia y que termina por ser un estímulo a la resignación y una resistencia al cambio. En realidad, hay síntomas esperanzadores en muchos campos de nuestra vida colectiva. 

Avances, incluso, en áreas que sirven como símbolos para que los más pesimistas renieguen del país. Me refiero al tráfico urbano. Recurro a mi experiencia personal: camino mucho por el , zona de circulación densa y de encuentro de personas de muy diversos niveles sociales. Allí confluye gente que viene de , Surco, Miraflores, San Juan de Miraflores, Surquillo y un largo etcétera o va a esos lugares. El propio óvalo es un espacio donde los pasajeros realizan intercambios entre líneas de transporte para lo que tienen que circular entre las avenidas que confluyen en esa encrucijada de caminos. 

El hecho es que está surgiendo algo nuevo en los últimos meses. Los pasos de cebra, que marcan la preferencia del peatón y la obligación de detenerse del conductor, comienzan a ser respetados. No es aún una costumbre consagrada, pero las cosas van cambiando. Antes, los pasos de cebra eran recordatorios de la brecha entre la ley y la realidad: los vehículos no reducían la velocidad y los peatones esperaban a que no vinieran carros para cruzar. Pero, ahora, y cada vez más, los conductores reducen la velocidad con la que se aproximan al óvalo, pues ya no pueden suponer que los peatones se detendrán. Sobre todo cuando ven una aglomeración de gente que espera cruzar. Y, por su parte, los peatones se han envalentonado de manera que se ponen en marcha aun cuando los vehículos estén peligrosamente cercanos y vayan a velocidad. Apuestan a que los conductores tendrán que detener sus unidades. 

En un atropello todos pierden. El peatón lleva la peor parte, pues arriesga su integridad física y hasta su vida, mientras que el conductor se expone a multas y carcelería. Si las cosas fueran solo así, el peatón no debería reclamar sus derechos y tendría que esperar. Pero algo ha cambiado, los peatones se muestran más decididos a cruzar, y su número crece, entonces los conductores disminuyen la velocidad en previsión de que los peatones utilicen su derecho de preferencia. Esta reducción de la marcha de los vehículos es tomada como señal de que el conductor detendrá su unidad y que, por tanto, pueden empezar a caminar aún cuando no tengan la plena certeza de que no serán atropellados. Especialmente la gente mayor o la que tiene dificultades de movilidad. 

Hacer prevalecer el derecho de preferencia, establecido por la ley, pero ignorado en la realidad, tiene mucho que ver con el número de personas que esperan cruzar. Y aquí recurro a mi experiencia personal. En algún momento somos muchos quienes estamos en el borde del paso de cebra sin decidirnos a cruzar, pues los carros, avalándose en la capacidad intimidatoria de su velocidad, no frenan. Pero los nos damos ánimos los unos a los otros y comenzamos a cruzar, sabemos que corremos un riesgo, aun cuando sea pequeño, pero nos sentimos valientes y decididos, de modo que en mancha avanzamos calculando que cuanto más somos más dudará el conductor en seguir adelante, sin frenar. Hay aquí un pequeño heroísmo que hace que nos sintamos contentos. Gracias a la acción colectiva, hemos convertido en realidad un derecho que se nos desconocía. ¿Y la policía? Está allí pero no se compra el pleito.