En 1688, un sacerdote jesuita, el padre Francisco Núñez de Cepeda, publica la tercera edición de un libro de consejos a las altas autoridades eclesiásticas para los efectos de llevar un gobierno justo y eficaz. El libro está dedicado al arzobispo de Toledo.
En sus primeras páginas encontramos la legítima ira del autor, quien ha publicado esa tercera edición porque la segunda no ha sido sino un robo de sus textos que fue editado por gente sin escrúpulos pasando por encima de sus derechos. Parece increíble pero sucede que ya entonces teníamos a ladrones de textos: la trampa y la apropiación de las ideas ajenas no son actitudes modernas.
Lo interesante de este libro es que quiere dar consejos a los arzobispos no solo en materia directamente religiosa sino también en tanto que gobernantes; para eso es importante que conozcan los principios y problemas políticos, así como los económicos a los que deben atender.
Y sucede que sus consejos pueden ser muy fructíferos aun hoy en día, no solo para las autoridades eclesiásticas, sino para todos los tipos de autoridades que tengan poder y capacidad de decisión. Estoy pensando en todas las autoridades, desde el presidente de la República, los señores congresistas y hasta el alcalde de un pequeño y traspapelado pueblo.
Es así como nos dice sobre la política que es una “materia tan importante; no es para ser tomada de paso”. Y prosigue advirtiendo que el ansia de conseguir los primeros puestos “es un mal grave que se introduce sin sentir en el ánimo, un veneno escondido y una peste oculta”. Cuando la política se usa para el beneficio propio, “los mismos escalones de la prosperidad se vuelven lanzas para recibir en sus puntas despeñado al que subió por ellos ambicioso”.
La autoridad debe ser muy cuidadosa en su proceder. Porque cuando realiza gestos de ira o de indebido gozo, la censura popular entra a actuar; y no falta pluma que luego las satirice.
Al aprobar obras o apoyar a personas “no se ha de entrar cerrados los ojos en los empeños (hoy diríamos, en los proyectos). Prudencia es pesar primero con las balanzas de la razón las dificultades y medir las fuerzas con los peligros”, para evitar que en vez de ver aparecer el laurel que se espera, la autoridad pueda encontrarse con un estrago.
Un consejo importante es que la modestia es un elemento fundamental del mando. La autoridad modesta recibe el reconocimiento universal. En cambio, aquella que solo piensa en encumbrarse termina devorada por gente de mala fe que lo halaga solo para sacarle ventajas y que eventualmente pasa incluso a ser su enemigo si comprueba que ya no le sirve o, incluso, si es mejor actuar contra él para salvar sus intereses.
“Por dos caminos se puede ir a las dignidades (entendiendo por dignidad el reconocimiento social de su buena labor política): uno trillado, entapizándose de una gloria barata, alfombrado de veneraciones, sembrado de riquezas, que convidan con semblante risueño la abundancia, el fausto, las delicias; y por otro camino estrecho, agrio y frecuentado de pocos, en el que solo se ven asperezas de trabajos, espinas de desvelos, abrojos de amarguras, tropiezas de fatigas y deslizaderos de grandes pretensiones. Quien busca por el primer camino la dignidad, dese por perdido; pero quien la solicita por el segundo, con seguridad puede entrar en ella”. En resumen, “se necesita ser guiado por la conveniencia común [el bien común] y no la propia comodidad”.
La política debe unir, no desunir. “Enlaza con artificioso cuidado el jardinero las copas de los álamos que forman una calle puestos en bandas para hacer el sitio más agradable y que goce de mayor amenidad... [Así la autoridad] debe enlazar en amigable concordia las poblaciones, unir a las familias...”. “Es digno de alabanza de cualquier príncipe [autoridad política] aquietar los tumultos, apagar las sediciones. Nada es mejor –agrega – que la música que resulta de la unión y templanza de los ánimos”.
¿No le parece a usted, amigo lector, que la problemática expuesta y las soluciones planteadas en el siglo XVII son algo muy familiar todavía hoy en día? Sin duda, la descripción de la autoridad realizada por el padre jesuita es impactante: en resumen, la autoridad política –llámese presidente, ministro, congresista o lo que fuera– tiene que pensar fundamentalmente en el bien común y en el bienestar nacional; no en las ansias de poder ni en la protección de los malos amigos ni en las rabietas y otras actitudes irracionales de una parte u otra.
Algunos políticos intentarán justificarse en la historia y dirán que así son porque así siempre fueron los políticos. Triste comprobación. Creo que lo que debemos esperar es que nuestros mandatarios se convenzan de que lo malo no se convierte en bueno porque “siempre ha sido así”, sino que es preciso luchar para crear un mundo mejor y, más concretamente, un Perú mejor gobernado.