Conferencias de prensa desordenadas, carentes de mensajes claros; ministros con pronunciamientos contradictorios; ausencia de campañas masivas que realcen la importancia de los cuidados para protegernos del virus; candidatos en campaña que fomentan aglomeraciones; inacción pasmosa ante mitos contra las vacunas que conquistan seguidores, a pasos agigantados, en cadenas de WhatsApp, Facebook y otras redes sociales.
A ello, se suman el virtual colapso del sistema de salud, el crecimiento exponencial de la positividad entre quienes se someten a pruebas de descarte, el aumento diario en el número de fallecidos y la elevación de personas que pugnan por una cama UCI o un balón de oxígeno.
Una situación, sin duda, sombría. Y, cuando se espera que el gobierno del presidente Francisco Sagasti se transforme en el faro que ilumine el derrotero que deben seguir los ciudadanos, ocurre exactamente lo contrario, borrando con los pies el loable anuncio de haber alcanzado contratos para traer, con rapidez, las vacunas.
Hemos pasado del clásico “Aló Vizcarra” del mediodía y su lenguaje paternalista para explicar que debemos lavarnos las manos, usar la mascarilla y evitar las aglomeraciones –algo que, por cierto, el exmandatario ha abandonado en su campaña al Congreso, al igual que otros candidatos que buscan sucederlo en la presidencia– a un gobierno que provee información errática, a cuentagotas.
La última comparecencia ante los medios de comunicación era una oportunidad valiosa para enmendar rumbos, pero fue desperdiciada de manera torpe. Repitió los errores de la primera. Todo parecía diseñado para estudiantes ávidos de escuchar los resultados de un ensayo académico con una larga como tediosa introducción, la metodología aplicada, hasta llegar a las conclusiones, que solo se conocieron ante la demanda de los periodistas presentes. Se perdió tiempo en explicaciones sobre el porqué, antes de darle la debida importancia al qué vamos a hacer.
Otra señal más de incongruencia fue el hecho de que la ministra de Salud, Pilar Mazzetti, había admitido antes la existencia de una segunda ola. La conferencia de marras parecía querer minimizar dichas declaraciones y no reforzarlas, evitando que la población tomara conciencia plena de la gravedad del problema.
Para abonar al complejo panorama, la ministra reveló después que existen desacuerdos al interior del Gabinete en un aspecto crucial acerca de lo que está ocurriendo. Según ella, su colega Waldo Mendoza cree que se trata apenas de un ‘rebrote’.
No se ha aclarado aún en qué basa el titular del MEF dicha apreciación como la que formuló meses atrás, cuando pronosticó que era casi imposible la ocurrencia de una segunda ola porque más de la mitad de la población se había contagiado. El señor ministro del despacho del jirón Junín debería tener muy presente que, en caso la pandemia se agudice, sus proyecciones de crecimiento económico no servirán para nada.
Nadie duda de los pergaminos del presidente Sagasti y de los ministros que acaban de cumplir dos meses en el cargo, pero estos deben entender, aunque suene a juego de palabras, que una cosa es informar y otra comunicar con eficacia.
La televisión y la radio, bien aprovechadas, se transforman en poderosas herramientas de comunicación, siempre y cuando transmitan mensajes cortos, directos, no vacilantes; todo lo contrario a usar frases rebuscadas dignas de enciclopedia, con pobres presentaciones en Power Point, términos ambiguos y múltiples voces.
Dentro de esta perspectiva, no resulta extraño contemplar lo que viene ocurriendo con los ciudadanos en cualquier ciudad grande, mediana o pequeña del país.
Basta caminar un poco para hallar gente que ahora emplea la mascarilla como babero; lugares públicos cuyos termómetros arrojan temperaturas similares a las que deberían poseer los cadáveres debido a una falta de supervisión; aforos y distanciamiento social que son una declaración de buenas intenciones en centros comerciales y mercados ante la ausencia de control; y el Instagram, erigido en la partida de defunción de las normas sanitarias y de la impunidad por las ‘fiestas COVID’ que se celebran no solo en los conos, sino también en las playas del sur.
Así las cosas, tampoco debería llamarnos la atención el resultado de la última encuesta de El Comercio-Ipsos que indica que el 48% de la población sería renuente a aplicarse la vacuna, máxime ante la ausencia de un plan que contrarreste las ‘fake news’ y las informaciones manipuladas que circulan con libertad por las redes sociales, movidas, en no pocos casos, por intereses subalternos.
No se trata de generar alarmismos innecesarios. Se trata de advertirle al Gobierno del presidente Sagasti que está cometiendo gruesos y preocupantes errores primarios de comunicación en el combate a la pandemia, los que, a la sazón, pueden contribuir decisivamente a un descalabro. Urge la adopción de acciones eficaces para evitarlo.
Avisados estamos. O el Gobierno toma firmemente las riendas del barco, o perderá márgenes de maniobra para llevarnos a un buen puerto hasta el 28 de julio, algo que puede ocurrir de continuar navegando sin brújula en la marea.
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