Por ridículo que suene, México, Argentina y Chile le están pidiendo al presidente estadounidense, Joe Biden, que invite a la dictadura cubana a la Cumbre de las Américas que se realizará del 6 al 10 de junio en Los Ángeles, California, a pesar de informes creíbles de que el régimen cubano está cometiendo sus peores violaciones a los derechos humanos en más de 20 años.
Según la organización de derechos humanos Human Rights Watch (HRW), Cuba tiene alrededor de 1.000 presos políticos, incluidos unos 700 que fueron arrestados durante las protestas pacíficas en todo el país en julio del 2021.
“No hemos visto estos niveles de represión en Cuba desde hace por lo menos 20 años”, me dijo Juan Pappier, especialista en América Latina de HRW.
A medida que aumenta la represión, se está produciendo un éxodo masivo de cubanos. Unos 115.000 cubanos, o más del 1% de la población de la isla, han huido del país en los últimos siete meses, según la Patrulla Fronteriza y Aduanas de Estados Unidos. Es, “sin duda, el éxodo más grande de Cuba en las últimas cuatro décadas”, le dijo al “Miami Herald” Jorge Duany, de la Universidad Internacional de la Florida.
Entre los más recientes ejemplos de la represión gubernamental en Cuba están las durísimas sentencias contra los arrestados durante las protestas pacíficas del año pasado.
Algunos de los manifestantes han sido condenados a hasta 30 años de prisión por supuestos cargos de “sedición”. Otros han sido condenados a casi un año de cárcel por cantar “Patria y vida”, una canción de protesta que refuta el grito de guerra del difunto gobernante Fidel Castro, “Patria o muerte”.
Según un comunicado de prensa conjunto de HRW y Amnistía Internacional, el régimen cubano tiene planeado sentenciar este 30 de mayo al rapero Maykel Castillo Pérez, conocido como “Osorbo”, y al artista visual Luis Manuel Otero Alcántara. Ambos están en prisión desde hace casi un año y el fiscal ha solicitado que sean condenados a siete y diez años de prisión, respectivamente, por sus protestas pacíficas y artísticas contra el régimen.
Al mismo tiempo, el congreso oficialista cubano aprobó a principios de este mes un nuevo código penal que aumenta las penas por contactos no autorizados con personas u organizaciones extranjeras que afecten “la paz social y la estabilidad” de Cuba.
Y en agosto del año pasado, el Gobierno Cubano emitió su Decreto No. 35, que ordena a las empresas de telecomunicaciones a cortar las conexiones a Internet de sus clientes que publiquen noticias que el gobierno considere falsas.
Y, sin embargo, a pesar del aumento de la represión gubernamental en la isla, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha estado amenazando durante semanas con boicotear la Cumbre de las Américas a menos de que Biden invite a Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Argentina, Chile y más de una docena de países del Caribe también han pedido a Biden que invite a Cuba, Venezuela y Nicaragua, aunque es probable que asistan a la cumbre.
Como en el caso de México, son más explícitos en su defensa de Cuba, tal vez porque los asesinatos masivos de Venezuela y Nicaragua en los últimos tres años todavía están demasiado frescos en la memoria de todos.
Es difícil entender por qué algunos presidentes latinoamericanos que dicen defender la democracia están armando tanto alboroto por la acertada decisión de Biden de no invitar a las dictaduras a la Cumbre.
Según una norma aprobada en la Cumbre de las Américas del 2001 en Quebec, Canadá, cualquier ruptura inconstitucional del régimen democrático en la región es un “obstáculo insuperable” para la participación de un gobierno en la Cumbre de las Américas.
Lo que es aun más absurdo es que, en un momento en que América Latina necesita desesperadamente aumentar sus exportaciones y reactivar su economía, México y sus amigos han puesto la participación de Cuba, Venezuela y Nicaragua en el centro de la agenda de la cumbre.
Deberían aprovechar esta rara oportunidad –esta cumbre hemisférica se lleva a cabo solo cada tres o cuatro años– para buscar nuevos acuerdos regionales para impulsar el comercio, las inversiones y la transferencia de tecnología con Estados Unidos, que sigue siendo la economía más grande del mundo. Y en lugar de defender a la decrépita dictadura cubana, deberían estar apoyando a sus víctimas
–Glosado y editado–
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