Lo peor que podría hacer el papa Francisco durante su viaje a Colombia del 6 al 10 de setiembre sería seguir haciendo llamados a la “paz y reconciliación” en Venezuela.
Eso es exactamente lo que el presidente venezolano, Nicolás Maduro, quisiera. A Maduro le encantaría que el Papa reiterara sus llamados a un “diálogo nacional”: eso lo ayudaría a desviar la atención internacional de sus últimas medidas para convertir a Venezuela en una dictadura, y haría que sus recientes violaciones a la Constitución se conviertan en un hecho consumado.
En las últimas semanas, Maduro ha recortado prácticamente todos los poderes de la Asamblea Nacional, que la oposición había ganado por una avalancha de votos en las elecciones legislativas del 2015. Maduro ha creado ahora una así llamada Asamblea Constituyente, cuyos legisladores fueron electos a dedo por el régimen para redactar una nueva Constitución como la de Cuba, y pueden legislar por encima de la Asamblea.
Una de las primeras medidas de la nueva Asamblea Constituyente fue despedir a la fiscal general Luisa Ortega, una ex partidaria del gobierno que denunció la inconstitucionalidad de la Constituyente y tuvo que huir del país. Además, la Asamblea Constituyente ha iniciado una investigación sobre el presidente de la Asamblea Nacional, el líder opositor Julio Borges, por presuntamente alentar las sanciones financieras estadounidenses contra Venezuela y sus gobernantes.
El Vaticano ha sido en parte responsable de este golpe en cámara lenta de Maduro. Durante más de un año, mientras más de 120 personas morían y cientos resultaban heridas en protestas callejeras, Francisco pedía la paz, la reconciliación y el diálogo, en lugar de denunciar las sistemáticas acciones de Maduro para terminar con los últimos vestigios de la democracia. A principios de este año, Francisco empeoró las cosas cuando no criticó explícitamente el anuncio público de Maduro de convocar a su Asamblea Constituyente. Durante cinco meses, Francisco no se unió a los países latinoamericanos, la Unión Europea y Estados Unidos en exigir públicamente que Maduro cancelara sus planes de crear su Asamblea Constituyente.
Francisco recién lo hizo el 4 de agosto, el mismo día en que Maduro inauguró la Constituyente. Pero ya era demasiado tarde.
Antes, Francisco había apoyado una desastrosa misión de mediación encabezada por el ex presidente español José Luis Rodríguez Zapatero, quien a menudo daba la impresión de ser un portavoz de Maduro. La comisión de mediación, que también tuvo la bendición de Estados Unidos, solo sirvió para ayudar a Maduro a ganar tiempo mientras demolía lo que quedaba de las instituciones independientes de Venezuela.
Mientras decía estar negociando, Maduro tomó cientos de presos políticos, cerró las estaciones de radio y CNN en Español, y arremetió contra la Asamblea Nacional y la ex fiscal general.
¿Qué debería decir el Papa en su viaje a Colombia? Obviamente, no puede abstenerse de hablar sobre Venezuela: el caos político y económico ha creado una oleada de refugiados venezolanos en Colombia. Hasta 25.000 venezolanos cruzan a la ciudad fronteriza colombiana de Cúcuta todos los días para comprar alimentos, y muchos de ellos se quedan para escapar de la creciente violencia y la escasez de comida en Venezuela.
En Colombia, el Papa debe expandir su declaración del 4 de agosto sobre Venezuela, en la que pidió “crear las condiciones para una solución negociada”. Debería decir sin ambigüedades que, para crear tales condiciones, Maduro debe permitir un tribunal electoral independiente para que los venezolanos puedan tener elecciones libres y justas, liberar a los cerca de 600 presos políticos, cerrar su Asamblea Constituyente y restablecer los derechos constitucionales de la Asamblea Nacional democráticamente electa.
“El Papa necesita reivindicarse ante los venezolanos por haberse prestado a un diálogo que no dio ningún resultado”, dice Carlos Vecchio, un líder político exiliado del partido Voluntad Popular de Venezuela. “Él tiene una deuda pendiente con Venezuela”.
Efectivamente, Francisco debería enumerar sin tapujos los pasos concretos que Maduro debería tomar para iniciar un proceso que conduzca a elecciones libres. Cualquier otra cosa será un respaldo tácito a sus recientes pasos para asumir poderes absolutos.