Quizás ya lo conocen: el recién estrenado video que muestra a Daniel Peredo urgiéndonos a cuidarnos del coronavirus y no alcanzarlo demasiado pronto en la muerte. Como explicaron sus creadores en un programa dominical, fue la inteligencia artificial (a través de la técnica del ‘deepfake’) la que permitió que se coloque la cara del fallecido periodista sobre el cuerpo de un actor. Aunque el video sin duda tuvo buenas intenciones y contó con la aprobación de la familia, en redes sociales diversas personas manifestaron su incomodidad ante lo que muestra la pantalla.
Como ya hemos ido viendo en los últimos años y ya han advertido expertos, la posibilidad de crear imágenes y audios cada vez más difíciles de distinguir de la realidad trae al menos dos niveles de problemas: reconocer la falsedad de los videos se vuelve cada vez más difícil y negar plausiblemente la veracidad de videos reales se vuelve cada vez más fácil. El video de Daniel Peredo, sin embargo, no se refiere a un uso de la tecnología donde lo que se busca es el engaño y el daño, pues se trata de un uso manifiesto del ‘deepfake’. En este segundo terreno encontramos por ejemplo figuras históricas que hacen ‘apariciones’ en museos o en videos de campañas políticas. La idea de que personas fallecidas ‘reaparezcan’ se ha visto también en los últimos años en la industria de la música, que ha hecho uso de lo que coloquialmente se llama hologramas. El rapero Tupac fue de los primeros casos, cuando en el 2012 ‘participó’ en un concierto en Coachella.
La transparencia acerca de la ilusión, sin embargo, no salva a este segundo grupo de dilemas éticos. ¿Consideramos correcto que una persona fallecida ‘recree’ una presentación que dio en vida? ¿Cambia nuestra respuesta si esa persona, por ejemplo, no solo recrea algo pasado, si no que ‘canta’ con alguien con quien no cantó en vida? ¿O si ‘habla’? ¿Hace una diferencia si se trata de algo que ya había dicho en vida? Y, ¿quién debería dar respuesta a estas preguntas? Dejando nada a terceros, según reporta “The Guardian”, Robin Williams estipuló que su imagen no pudiera usarse hasta el 2039. Y sí, eso en la práctica incluye hologramas.
Si queremos complicar las cosas aún más, podríamos también preguntarnos qué impacto tienen estas posibilidades tecnológicas en el duelo. Además de haber artículos que ya abordan la pregunta directamente, en varios textos que tratan casos concretos el asunto aparece como tensión subyacente. Pienso, por ejemplo, en el reciente holograma de Robert Kardashian (el fallecido padre de las Kardashian) que Kanye West le regaló a su esposa Kim por su cumpleaños. Aunque por supuesto podríamos conversar mucho sobre la ética detrás de que en esa manifestación ‘Robert’ se haya referido a Kanye como “el hombre más, más, más, más, más genial en todo el mundo”, las palabras de Kim sobre el ‘encuentro’ también dicen mucho: fue “una sorpresa especial desde el cielo”. El autor de una nota en “The New York Times” sobre música y hologramas, Mark Binelli, contaba que el hijo de Frank Zappa describía ver a la imagen de su fallecido padre en concierto como “una forma muy de niños de lidiar con la pérdida”. Y en “The Washington Post”, la viuda del cantante Dio dijo que aunque durante el proceso de preparación del concierto entendía que no se trataba de él, “cuando lo vimos en el escenario con su banda, esa es una historia distinta. Lloré. Todos lloramos. Porque era Ronnie (Dio) otra vez con su banda”.
El asunto fundamental, entonces, parece aquel que ponía la académica Tamara Kneese en un texto para “Slate” a raíz del holograma de Kardashian: “Revivir a los muertos a través de esas tecnologías está conectado a (…) qué significa el duelo cuando los rastros de los muertos están entrelazados con aquellos de los vivos”. Quizás para algunos de ustedes en realidad el asunto sea menos novedoso de lo que sugiere esta frase: ¿no estamos ya acostumbrados a que los “rastros de los muertos” estén en el presente? ¿No es eso lo que sucede desde que podemos tener pinturas, fotografías, grabaciones de voz, videos, páginas de recuerdo en redes sociales o servicios que permiten que una persona ‘siga mandando’ correos incluso luego de morir? Para otros, en cambio, hablar de videos y hologramas post-mortem quizás represente una ruptura, una línea que no quieren cruzar. Confieso que, si pudiera tener acceso a una versión virtual de mis seres queridos, pongamos, veinte años después de fallecidos, no sé qué haría. ¿Podría, realmente, rechazarla?
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