Juan Aurelio Arévalo Miró Quesada

Lo más patético de la reciente presentación de , y en San Marcos no fue ver cómo a los tres se les caía la baba por el otro ni los desvaríos que dijeron. Lo peor fue escuchar los aplausos que recibieron. ¿Cómo se puede celebrar que un expresidente del Poder Judicial llame a quemar la Constitución? ¿Cómo se puede aplaudir la ridícula versión del secuestro de Castillo?

Cuando Anahí Durand era ministra y las evidencias de corrupción de Castillo se acumulaban en 51 carpetas fiscales, ella pedía “no exagerar ni generar zozobra”. Ahora desde España dice que Boluarte llegó al poder con “maniobras legales”. Castillo y Boluarte iban juntos en la misma plancha y lo que hubo fue una sucesión constitucional. Durand lo sabe, pero no lo dice. Seguirá vendiendo a Castillo como víctima y lamentablemente seguirá teniendo auditorios dispuestos a creer en lo que no es cierto.

Esa es la gran desgracia de estos tiempos: las mentiras parecen inmunes ante cualquier evidencia que demuestre su falsedad. A más datos contrastados, más rechazo. Los prejuicios se reafirman y cada uno se atrinchera en lo que quiere creer.

Marty Baron, exdirector de “The Washington Post”, decía hace unos meses en El Comercio que si la gente no puede ser disuadida por los hechos, estamos en una situación muy peligrosa no solo para la prensa, sino para la democracia. Parte de la población no quiere estar informada sino afirmada. Buscan opiniones que respalden sus puntos de vista. En la era de las redes, la mentira y la manipulación apuntan a lo emocional. El discurso hepático y de victimización de los castillistas puede ser un repertorio de sandeces, pero es efectivo y convincente para muchos. Las últimas encuestas así lo demuestran.

El regreso al pensamiento crítico es la única vía para dejar de vivir al margen de la realidad. Pero es una tarea compleja. El último estudio del Instituto Reuters revela que el 59% de los peruanos comparten noticias. Más que cualquier otro país de la región. Posiblemente somos los mayores difusores de ‘fake news’ del continente porque un porcentaje así de alto indica que nos está ganando el impulso de reenviar sin verificar, a veces sin leer. A veces sin pensar.

Debemos interactuar de forma crítica ante la avalancha de información y ante el discurso político de una y otra orilla. Así, la próxima vez que Duberlí Rodríguez dé lecciones sobre cómo solucionar una crisis, en vez de aplaudirlo la audiencia le podrá recordar la crisis de Los Cuellos Blancos que motivó su renuncia como presidente del Poder Judicial. O cuando Béjar hable de prensa y democracia, le podrán recordar que él sirvió a la dictadura velasquista siendo subdirector de este Diario cuando estaba incautado y puesto al servicio del régimen militar. ¿Puede hablar de libertad quien apoyó la censura y la mordaza? Ojalá dejemos de ser ese “país de desconcertadas gentes”, como decía Piérola.

Juan Aurelio Arévalo Miró Quesada es el director periodístico de El Comercio