Entre los años 80 y 90 del siglo pasado, cuando dictaba unas conferencias sobre temas de Ciencia Política en el CAEM, hoy Centro de Altos Estudios Nacionales (CAEN), un coronel me contó que una de las agresiones que más indignaba a los comuneros era cuando Sendero Luminoso tomaba por las fuerzas sus comunidades y destituía a las autoridades que ellos habían elegido. Para ellos, me decía el oficial, era un golpe de Estado.

Como se sabe, en la mayoría de las comunidades andinas y amazónicas existe una costumbre democrática ancestral que los españoles llamaron ‘camachico’. Tiene 3.000 años de antigüedad y funcionaba en los miles de ayllus preincaicos que existieron en las diversas culturas andinas.

Al respecto, explica Luis E. Valcárcel en el primer tomo de su “Historia del Perú Antiguo” lo siguiente: “Una particularidad política del Estado Inca es que en la infraestructura de las comunidades o ayllus funcionaba la institución del camachico; es decir, la integrada por hombres y mujeres mayores de edad que se reunían para ocuparse de los asuntos propios del grupo, cuyos acuerdos guiaban la acción del curaca”.

Otro historiador destacado como José Antonio del Busto Duthurburu sostiene en su obra “Perú incaico”, al referirse a las actividades de los funcionarios del Imperio Incaico, que “desde el Piscacamayoc hasta el Pachacamayoc se van renovando; generalmente, no duran más de un año, de modo que van siendo jefes de grupos todos los padres de familia”, y agrega que “este adiestramiento en el mando hace que realmente sea una educación democrática, tanto más en la reunión de la Pachaca hay lo que se llama camachico, que es una asamblea de todos sus miembros en la que intervienen hombres y mujeres para tratar de resolver los asuntos de la comunidad”. Por lo que describen estos notables historiadores, es destacable la presencia de las mujeres en el camachico. Estaban empoderadas.

Si bien estos datos los encontramos en los historiadores del Perú moderno, estas asambleas en las que se elegía al curaca las llegaron a ver los funcionarios virreinales. Podemos encontrar referencias de estas en informaciones que tomaron dichos funcionarios durante el Virreinato de Francisco de Toledo, un verdadero transformador de la estructura del estado virreinal y creador de las actuales comunidades andinas.

Por consiguiente, esta ancestral se ha mantenido hasta la fecha, con algunas variantes propias de la democracia occidental que nos rige. Así, se produjo un mestizaje en la forma de organizar, distribuir y ejercer el poder entre los comuneros. Ahora se llevan a cabo asambleas de hombres y mujeres que deliberan y eligen al presidente de la comunidad, ‘curaca’ en quechua. También existe un “cuerpo intermedio” entre la asamblea y el presidente, el llamado concejo comunal. El camachico sigue funcionando, incluso en los distritos, como un poder paralelo, pero independiente al del alcalde y el concejo municipal. Hay una convivencia histórica, porque esta costumbre existió también en el Virreinato. Era una combinación fantástica entre el cabildo español y el camachico andino.

Entonces, ¿qué significa camachico? Mi padre, el filósofo Francisco Miró Quesada Cantuarias, explica que el término español “camachico” deriva de la voz “Kamachikuq”, nominalización del verbo “Kamachicuy” en la primera parte de su obra “Acción Popular, manual ideológico”. Kamachicuy significa “hacer mandar”. Y esto era precisamente lo que hacía la asamblea. La asamblea, al tomar decisiones, le confería mando a la autoridad individual, la hacía mandar.

Si bien la Constitución vigente reconoce en su artículo 89 la importancia de la comunidad campesina y nativa al señalar que son autónomas en su organización, lo que se deduce implícitamente es que aquí se reconoce la existencia de la asamblea comunal. Nos parece justo que esta norma debe explicitarse con un artículo más preciso, en el que se diga, por ejemplo, que “el Estado Peruano reconoce tres tipos de democracia: la representativa, la directa y la comunal”. De esta manera, no solo se haría justicia con una democracia que hace siglos existe en el corazón profundo de los andes y que estaba escondida en la frondosidad de la selva, que había quedado excluida, invisibilizada y marginada fuera de nuestro orden jurídico-constitucional.

Los peruanos no solo debemos sentirnos orgulloso de lo bueno de nuestro pasado, sino que debemos acoger aquellas milenarias instituciones que conviven con nosotros a lo largo y ancho de nuestro territorio y que suscitan admiración en otras latitudes.

Francisco Miró Quesada Rada es exdirector de El Comercio

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