Hace años escuché a Marcel Niedergang, notable periodista y escritor, decir que el no tiene siglo XX y que iba a pasar del XIX al XXI sin alcanzar los logros del siglo anterior.

De estas palabras se puede interpretar que la política, la economía y la sociedad del siglo pasado fueron efímeras, porque todo lo que se intentó construir desde una racionalidad occidental con ciencia, tecnología y liberal, fue rápidamente borrado por otra racionalidad nacionalista, populista, caudillista y autoritaria. Conceptos y prácticas totalmente contradictorios. Nunca fuimos capaces de lograr la síntesis de esta contradicción entre la herencia occidental y la herencia de la cultura andina ancestral, a pesar de algunos esfuerzos. Sin embargo, a lo largo del siglo XX se mantuvieron y profundizaron creencias decimonónicas como el racismo, la homofobia, el machismo, el elitismo, entre otros prejuicios que estamos pagando en este siglo. Una importante creación de la cultura occidental, la democracia, fue efímera, porque las dictaduras la barrían como reguero de pólvora. Y no solo eso, a partir de los años 80 del siglo pasado surgió uno de los terrorismos más vesánicos, el de Sendero Luminoso. La democracia liberal fue permanentemente aplastada por golpes de Estado, la mayoría al servicio de una élite económica reaccionaria o que intentaron por medio de una revolución cambiar las injusticias del siglo XIX. Finalmente, luego de una primavera democrática que se inició durante el gobierno de Fernando Belaunde, cerramos el siglo XX con la dictadura cívico-militar de Alberto Fujimori que, por la fuerza, impuso el Consenso de Washington que conocemos como ‘shock’.

En el Perú continúan los prejuicios que impiden que salgamos de esta tendencia hacia lo efímero. Nuestro crecimiento económico también lo es y en distintos gobiernos hay cleptocracia, pero a partir de que fue impuesta una cultura mercado-céntrica se ha instalado una cleptoestructura, como explica Rubén Cáceres en su libro “Corrupción”. Esta es la extensión de la corrupción como método en la sociedad. Ahora la democracia no se encuentra jaqueada por un golpe de Estado militar, sino debido a la corrupción e incapacidad de gestionar el Estado. Hay excepciones, pero vemos que predomina la regla.

¿Será esta democracia de muy baja calidad que todavía nos queda y que frecuentemente es pisoteada por grupos de poder económicos y políticos la que sobrevivirá? ¿O seguirá siendo efímera porque el poder caerá en manos de caudillos autoritarios, mesiánicos, nacionalistas y populistas, enemigos de la libertad y de la igualdad? En este siglo, ¿podremos superar lo efímero alcanzando el progreso porque logramos la síntesis entre el Perú andino y el Perú occidental?

Me temo que, por el momento, estamos sufriendo “la enfermedad del siglo”, como dijo el famoso escritor francés Stendhal y cuyo único antídoto es “Todas las sangres” de Arguedas.




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Francisco Miró Quesada Rada es Exdirector de El Comercio