Hace unos días, el 10 de diciembre, se cumplieron 72 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Uno de los más importantes es el de la igualdad; otro, el de la libertad. Ambos son pilares de la democracia.
Precisamente, el primer artículo de la Declaración dice, textualmente, que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y en derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
La idea de igualdad es una herencia de la Revolución Francesa. De acuerdo a los líderes, conductores e ideólogos de esta revolución que contribuyó a transformar la sociedad estamental y creó el mundo moderno en el que vivimos, lo que nos hace iguales es nuestra condición de ciudadanos. Se trata, entonces, de un enunciado normativo de gran peso, no solo jurídico, sino también moral y político.
Por eso, cuando confrontamos este enunciado normativo con la realidad, muchas veces, no encontramos correspondencia, porque todavía hay mucha desigualdad. Aunque debemos reconocer que se ha avanzado en esta dirección; por ejemplo, ya no existe la esclavitud tal y como ocurría hasta el siglo XIX.
Personalmente, creo que los temas que más ocuparán a la humanidad en los próximos años serán los del medio ambiente y los de la igualdad.
Para alcanzar una mayor igualdad en el mundo y en el Perú, se deben tomar una serie de medidas políticas, económicas, sociales, jurídicas y pedagógicas, que apunten hacia esa dirección. Por ejemplo, que todos los ciudadanos se empoderen; es decir, que tengan mayor acceso a los procesos políticos de toma de decisiones y que el poder político esté repartido en la sociedad y no concentrado en una élite que, como la mayoría de élites, es excluyente.
De igual modo, debe democratizarse la propiedad, que es, además, un derecho al que todos debemos acceder sin ninguna discriminación. Varias veces he planteado dicha propuesta desde estas páginas. Y digo ‘democratizar’ porque la riqueza está fuertemente concentrada en unas cuantas corporaciones, como lo demuestran estudios de economistas, sociólogos y politólogos de categoría mundial y nacional. Como ha sucedido a lo largo de la historia de la humanidad, los grupos que concentran poder y dinero, generando desigualdades, elaboran ideologías para justificar sus acciones. Por ejemplo, la del poder divino de los reyes, que duró siglos hasta que la razón crítica demostró que dicho poder no era divino, sino humano.
Además, la desigualdad también se manifiesta y se tolera en aspectos de la vida como las relaciones laborales, culturales, de acceso a la salud y a la educación, entre sexos, a través de la xenofobia y del racismo o entre pueblos, como sucede con los migrantes.
Son muchos los factores de la desigualdad que todavía debemos superar para acercarnos al ideal de una sociedad libre y justa. Entonces, ¿qué debemos hacer para que haya más igualdad?
Se debe formar una coalición mundial igualitaria, como plantea el economista francés Thomas Piketty, con una base racional que sea programática (¿Qué hacer para construir una sociedad de iguales? ¿Qué hacer para terminar con la desigualdad?), a través de un discurso crítico y alternativo contra la desigualdad y el sistema que la justifica.
¿Y en el Perú? Solamente un dato y una propuesta.
Un reciente estudio del politólogo y constitucionalista sanmarquino José de la Cruz demuestra que las demandas de inconstitucionalidad planteadas por diversos organismos de la sociedad civil invocan, en su gran mayoría, el inciso 2 del artículo 2 de nuestra Constitución; es decir, una sociedad civil que reclama igualdad ante la ley.
La propuesta es que, ahora que se entrará a debatir la posibilidad de una nueva Constitución, propongo que acojamos a la Declaración Universal de los Derechos Humanos como nuestra Constitución. Lo demás vendrá por añadidura y se legislará. Pero esta propuesta será materia de otro artículo.
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