La crisis de la semana que pasó puede verse como un conflicto más entre el Ejecutivo y el Congreso. Y claro que lo es. Pero esta vez, tuvo como telón de fondo un aspecto poco analizado: un intento fallido de cambio en el Gobierno. Considero que la desconexión política entre Martín Vizcarra y Pedro Cateriano merece más atención para entender lo sucedido.
Antes del análisis, quisiera dejar dos puntos claros: no minimizo la importancia en el resultado de quienes buscan perjudicar la reforma universitaria ni relativizo el mal precedente de negarle la confianza a un nuevo Gabinete, algo que solo se justifica en casos excepcionales. El Congreso fue irresponsable en medio de una crisis nacional. Mirar solo al Congreso, sin embargo, pierde de vista lo que hizo el Gobierno para llegar a esa situación. Sabía bien a qué Congreso estaba yendo.
Volvamos a la desconexión. Vizcarra no es un gobernante con una ideología clara. Sabemos, sin embargo, dónde se para. Construyó su apoyo ciudadano enfrentándose al fujimorismo y comportándose como una derecha distinta a la derecha de su antecesor. Adoptó temas que interesan a otros sectores, como la reforma universitaria, y respondió a una base regional cuya importancia no suele reconocerse desde la capital. No es la derecha limeña, ni por ideología ni por adopción.
El apoyo a Vizcarra se mantiene alto hasta hoy a pesar de errores y denuncias. Y en parte tiene que ver con ocupar este espacio político que le costó construir. Un espacio que pocos pensaron posible cuando asumió la presidencia.
A Cateriano se le nombró para mejorar el desempeño político del Gobierno. Sus posiciones públicas en relación con el cierre del Congreso y el fujimorismo lo hacían un aliado natural. Su llegada debía enfrentar mejor la crisis sanitaria y reactivar la economía, pero su perfil apuntaba a que su principal mandato sería conducir la relación con el Congreso y avanzar en paz hacia las elecciones. Cumplir con esos encargos requerían más autonomía que la del estilo Zeballos.
El primer ministro se inaugura haciendo énfasis en la parte económica del encargo. Tomó el discurso del liberal que busca destrabar, algo que no ha sido atractivo como discurso político en el Perú contemporáneo. Además, los ministros que aportó al Gabinete eran cercanos al sector empresarial en dos temas difíciles en términos políticos: minería y flexibilización laboral. Sus énfasis fueron bien recibidos por voceros empresariales, pero poco más.
No es mi objetivo en este análisis discutir estas políticas. Lo que quiero resaltar es que este discurso era más del presidente del Consejo de Ministros que del Gobierno. Cateriano politizó aspectos que Vizcarra había mantenido adormecidos, o fuera de los reflectores, y habló menos de otros que son parte del combo del Gobierno.
¿Esto priva de responsabilidad a Vizcarra? No. El mensaje del 28 de julio mostró a un Vizcarra sin autocrítica ni con rumbo claro. Le cedió el protagonismo a Cateriano, que dio contenido al discurso del presidente. Así, derechizó y “limeñizó” al Gobierno. Y todo eso ya sin un fujimorismo fuerte, con lo que el liberal democrático se hace muy similar al liberal económico.
Vizcarra no corrigió, dejó avanzar tal vez pensando que bajaría la tensión con el empresariado o quizás creyendo que el movimiento no tendría consecuencias. Así, el Gobierno cambió de espacio político y, al hacerlo, aumentó para algunas bancadas el costo de darle la confianza. Y claro, favoreció las maniobras de los que defienden intereses particulares.
Con el nuevo Gabinete, Vizcarra ha vuelto a la zona donde se siente seguro. Busca mantener su apoyo ciudadano y no solo como un fin en sí mismo, como dicen algunos de sus críticos. Ese apoyo es el que le da espacio frente al Congreso para defender sus políticas. Al mismo tiempo, se mantienen los problemas que dieron pie a la salida de Zeballos: un Gobierno con limitaciones para gestionar la crisis y hacer política.